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Rafael Sánchez Saus
Torre Pacheco y otras miserias
En el año 1204, Pedro Alfonso de Huesca escribió Disciplina Clericalis, una colección de cuentos ejemplarizantes sobre los buenos modales y la conducta. Han pasado ya 800 años y parece que no nos enteramos.
¿No pensáis que se están perdiendo las buenas formas? Incluso si te consideras una persona educada y con buenos modales, creo que se nos olvida a veces la importancia de lo que decimos y cómo lo decimos: ese traje que nos ponemos para tratar con otras personas, ya sean familiares, amigos o desconocidos, nos define como persona y puede ser a veces nuestro pasaporte.
A los niños se les enseñan como "palabras mágicas": hola, por favor, gracias, perdón, ¿puedo? Son mágicas de verdad: cualquiera podrá pensar en alguna situación cotidiana donde un "gracias" o un "por favor" ha cambiado el rumbo mejorándolo notablemente. Mira a los ojos cuando hables con alguien, presta atención, no cruces los brazos, y si encima metemos en la coctelera una sonrisa, ¡oh!, ¡se nos abren las puertas del paraíso! Sí, una sonrisa lo puede cambiar todo. ¿Sabes que si sonríes mientras hablas por teléfono la otra persona lo nota?
Soy de las que saludan a los que están sentados al fresco cuando paso por un pueblo en coche. Me imagino que esto les dará para conversar un buen rato y preguntarse si soy la hija de Consuelo o de Remedios.
Si tuviera que resumir en una frase las reglas básicas de la buena educación y el saber estar, sería esta: "Trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti". Partiendo de esta premisa, mi selección de principios fundamentales que todo buen hijo de vecino debería seguir a rajatabla serían los siguientes:
No olvides las palabras mágicas. Sé puntual: aprende a respetar el tiempo de los demás. Sonríe. Presta tu ayuda a las personas que lo necesiten. No juzgues y no critiques.
Coge estos cinco principios y súmale estos otros: "Nunca dejes que tu estado de ánimo afecte a tus modales"; "si haces un favor, nunca lo recuerdes y si lo recibes, nunca lo olvides"; "no es necesario decir todo lo que piensas: lo que sí es necesario es pensar todo lo que dices". Y como guinda del pastel: "Debemos aprender a no ir a donde no nos inviten, no meternos en lo que no nos importa y no hablar de lo que no sabemos".
Quita el cartel ese que has puesto en la cocina que pone "besarse mil veces al día", "llorar sólo de emoción" y "gritar sólo de alegría": son muchos besos para un solo día, tenemos derecho a llorar porque llegamos tarde a la confitería y se acabaron las palmeras de chocolate y si perdemos el dedo chico del pie al tropezar con la pata del sillón lloraremos, pero no de alegría.
Con estos consejos se te abrirán muchas puertas, por lo menos causarás buena impresión: lo demás depende de ti. No te diré que todo saldrá bien porque, si todo saliera bien, no aprenderías nada.
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