Cuenta Arcadi Oliveres que un día se puso a calcular el número de alumnos que habían pasado por sus clases en la universidad y le salían alrededor de diecisiete mil. Juzgaba que era suficiente con que un puñado, quizás 17, hubieran encontrado a través de él referencias para tomar decisiones coherentes y honestas en sus vidas, entendiendo la economía como instrumento a favor de las personas. Lo que no cuenta es que a ese número hay que sumar un auditorio infinitamente más amplio, el de quienes lo hemos escuchado en alguna de sus charlas impartidas por todo el país; y que infinita ha sido también su generosidad para aceptar las cientos de invitaciones que se le hacían cada año, desde los cuatro puntos cardinales. Porque Arcadi ha sido sin descanso un activista de todas las causas justas, un militante de la paz.

Una conferencia de Arcadi es como huracán suave: con mesura y con verdadera indignación arremete contra las cadenas que oprimen a los seres humanos, desde las fronteras a las entidades financieras, desde el ejército a la monarquía. Su denuncia es mordaz e implacable, pero está expuesta con tanta pedagogía, con un lenguaje tan claro y un humor tan sutil que cautiva a sus oyentes. Escucharlo, además de un placer, es dejar que sus ideas y valores calen como lluvia fina en ti.

Hace dos meses la familia Oliveres comunicó la gravedad de su enfermedad y abrió una web donde cualquiera puede decirle unas palabras. La iniciativa se ha convertido no solo en una inmensa oleada de afecto sino en una extraordinaria e inusual celebración de vida. En esto también va Arcadi a contracorriente de una sociedad en la que la muerte es un tabú. Él apura sus últimos días desplegando energía, agradece las circunstancias de este tramo final y anima a los jóvenes a no tener miedo. No se me ocurre una forma más revolucionaria de decir adiós.

Me conmueve escribir estas palabras de despedida para Arcadi, me hacen pisar el terreno de lo que verdaderamente importa. Y ojalá fueran una forma de seguir sembrando lo que él ha buscado toda su vida: siempre la voluntad de cambiar las cosas, de contribuir a la conciencia crítica, de transformar desde las posibilidades de cada uno. Hoy, domingo de pascua, es más apropiado que nunca afirmar que la muerte no tiene la última palabra. Y que, como le gusta repetir, estamos obligados a mantener la esperanza, porque nunca es tan oscuro como antes de amanecer. En esta noche larga que nos cubre, Arcadi es y seguirá siendo una luz.

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