P ATRICIA Orozco se emociona al hablar de su país, que ya no es su país. Desde hace unos días no está reconocida como ciudadana nicaragüense y se ha convertido en apátrida por obra y gracia del régimen Ortega-Murillo. Igual que Patricia, una periodista de raza que se negó a callar, más de 300 compatriotas han corrido la misma suerte. A la pareja de dictadores, acostumbrados a la violación de derechos, no les ha importado modificar la Constitución, considerar traidores a la patria a quienes piensan distinto -o simplemente piensan-, confiscarles sus bienes y hacer ostentación de este delirio ante la comunidad internacional. Las condenas llueven y la solidaridad también: varios países, entre ellos España, se han ofrecido para otorgar ciudadanía y residencia a los afectados.

Pero volvamos a Patricia, que fue histórica militante sandinista y abandonó el partido cuando de la Revolución sólo fue quedando el nombre y la parafernalia. Igual que se jugó la vida en los años 70 para echar a otro dictador, ha sido fiel al sagrado deber de informar en un escenario abiertamente hostil para la libertad de expresión, sobre todo a partir de la insurrección popular del 2018. Y finalmente hubo de elegir entre la cárcel o la huida del país. Ahora vive cerca de nosotros, en Granada. Allí ha sabido que le había sido arrebatada su nacionalidad y allí seguirá luchando por la democracia como lo ha hecho siempre, desde el periodismo independiente. Una lucha sostenida con medios de pequeña infraestructura, que se apoyan unos a otros y le dan al pueblo nicaragüense algo tan necesario como la esperanza: la posibilidad de mantener un auténtico debate público, de conservar la palabra.

Es la fuerza de la palabra la que asusta a los dictadores. A la palabra se dedican muchos de los perseguidos por Ortega, encarcelados, desterrados de su patria, despojados hasta de su ciudadanía: escritores, periodistas como Patricia Orozco, líderes sociales... Ellos hablan en nombre de un pueblo que ahora tiene la voz dormida pero que resiste silenciosamente, que se enfrenta a la represión buscando las grietas del muro. En Nicaragua, país acostumbrado a las guerras, la salida de la dictadura no vendrá esta vez del lado de las armas, sino de la lucha cívica, de las palabras. La patria se hace libre en ellas, y la solidaridad también. El escritor Sergio Ramírez lo ha expresado de forma más rotunda: "Mientras más Nicaragua me quitan, más Nicaragua tengo".

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