
Juan M. Marqués Perales
Sánchez, con razón pero de modo temerario
A José María Franco siempre le he llamado maestro, así me lo presentaron y así lo he sentido siempre. El martes pasado decidió irse a morar en un lugar más alto que su querida Sierra de Aracena. A un paraje lleno de querubines que ya conoce pues los ha pintado miles de veces. Se ha ido a un cielo que se ha ganado por su humanidad y entrega a los demás.
Nos quedamos anhelando el recuerdo de un artista renacentista, pleno, completo, con la honestidad del virtuoso, que ha hecho de las emociones de la cultura su autobiografía.
Heredó lo mejor que se puede recibir de los padres: el amor por su tierra y el arte para recrearla. Y así ha hecho con su hijo, permitiendo que una saga de artistas onubenses -Domingo, José María y Alberto Germán- trascienda a sus vidas en la efímera eternidad que premia al artista.
José María es pintor, entendiendo este oficio de una forma ilimitada, sin confines que atenacen al artista. Ha sido un consumado especialista en la acuarela, también en el óleo, en la pintura en frescos, en los grabados, en los carteles, en la ilustración de libros y otras muchas técnicas, incluida la del pergamino, que es una de las señas de identidad de la familia Franco.
A su faceta artística hay que unir la docente, profesor de pintura durante décadas y la de promotor de la cultura, actividad ésta que le llenaba en lo personal, donde ha realizado numerosas aportaciones al engrandecimiento de la ilustración onubense y en especial a la serrana, junto a mi paisano y familiar Juan Delgado, con quién tantos programas de radio realizó y con el que hizo el magnífico libro Geografía y amor, en el que describe magistralmente a todos los pueblos de la Sierra de Aracena, a los que José María Franco ha inmortalizado con sus dibujos y acuarelas.
Además, no hemos de olvidar su actividad como investigador, en la que destaca el que fue su discurso de entrada en la Academia Iberoamericana de la Rábida, el 23 de junio de 2011, versando sobre el también pintor José Domínguez Bécquer, padre de Gustavo Adolfo Bécquer, que, según José María, fue concebido en Aracena. Con este trabajo profundizó como nadie en el paisajismo a lo largo de la historia de nuestra provincia en un trabajo que es la referencia sobre esta materia.
En lo personal, han sido 80 años muy fructíferos; nació en los albores de la Guerra Civil, en la Huelva de 1936, y ha vivido en lugares preñados de arte, como su Huelva natal, Ayamonte, Sevilla y, desde su jubilación, en su querida Aracena.
Su formación es académica; estudió Bellas Artes en Sevilla, en la Facultad de Santa Isabel de Hungría, si bien también creció como artista en el formato más tradicional, siendo discípulo de los grandes pintores de Huelva como Pedro Gómez, que era compañero en el añorado Taller de San Cristóbal de Huelva de Antonio León Ortega al que tanto admiraba José María Franco. También de Daniel Vázquez Díaz (ya en 1958, José María obtiene, por concurso, la beca Daniel Vázquez Díaz). También con Gustavo Bacarisas y otros pintores foráneos que han forjado su impresionante dominio de la técnica pictórica en casi todas sus envolturas y formatos.
Por eso su obra está en museos nacionales e internacionales, sobre todo en el Reino Unido y su queridísima Portugal. Además, acogen su legado pictórico la bibliotecas, pues ilustró numerosísimos libros de autores como Juan Goytisolo o José Mª Izquierdo y de gran variedad de temas como Lievas, Sepancuantos, en colaboración con Manuel Garrido Palacios, Las Fuentes de Sevilla, Sitios del agua, libros de acuarelas en colaboración con el poeta Manuel Moya o su contribución a instituciones portuguesas como Certas coisasnos sorpreendem de la Fundación Faria, entre otras muchas.
Ejerció también una importante actividad en instituciones académicas, pues aparte de la Iberoamericana de la Rábida, fue miembro de la Academia de las Artes y Letras de Portugal, de la Asociación Internacional de la Heráldica, Comendador de la Orden Militar Sao Sabastian da Frechas, Caballero de la Cruz del Mérito Melitense de la Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén (la Orden de Malta), y Caballero de Mérito de la Soberana Orden Militar Constantiniana de San Jorge de la Casa Borbón Dos Sicilias y Borbón Palma.
Quizás en lo que más lo añoramos es en su amor por nuestra tierra. Más onubense imposible, José María Franco ha realizado trabajos artísticos para nuestras hermandades, para nuestro Patrón San Sebastián y también para nuestra patrona, pues no en vano, realizó las pinturas que decoran el ábside del altar mayor, en la bóveda del Santuario de Nuestra Señora de la Cinta.
Su participación ha sido intensa y desinteresada, como con la Real Sociedad Colombina Onubense, de la que fue miembro, y es fundador de la Hermandad de Los Estudiantes, de la que pintó el estandarte de la Inmaculada y a la que donó el magnífico retablo Cristo de la Sangre que en la festividad de Santo Tomás de Aquino de 2006 se ubicó en el presbiterio de la capilla Santa María Sedes Sapientiæ de la Univeraidad de Huelva, institución que le concedió su Medalla de oro.
Querido José María, ya estás reunido con tus compañeros académicos: Eduardo García, Manuel Crespo, José Mª Roldán, Primitivo Lázaro, Juan Delgado y Francisco Garfias. Seguro que en el cielo ya estáis preparando alguna sesión de la Academia Iberoamericana del Edén.
Tu familia, con tu esposa Mari Luz a la cabeza y todos lo que tuvimos la suerte de conocerte, te tenemos muy cerca en nuestro recuerdo, pues te has ido con los pinceles puestos, trabajando para hacer de Huelva una tierra de cultura.
También te puede interesar