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Ahora hay que tener mucho cuidado con lo que se escribe. Y por ello, muchos de aquellos que escriben lo hacen con ese respeto, es como si tuvieran muy presentes el ejercicio de irresponsabilidad que no les permite ser sinceros, reales, desnudos, transparentes. Hay olvidos que no caducan, hechos o acontecimientos que perviven entre nosotros, y entre nuestras generaciones posteriores. Son los llamados acontecimientos de la memoria humana que ni podemos ni queremos olvidar.
Todo cuanto las personas conocemos se debe a la historia, al pasado y al presente. Y así ese pasado está cargado de futuro ya que no pierde su vigencia. Pero qué pasaría si realmente nos pusiéramos a defender lo bueno, lo bello, la bondad. En este caso, esos ejercicios de irresponsabilidad adquirirían un grado de responsabilidad, y seríamos nosotros, nunca las sombras de aquello que nos condiciona.
Hemos perdido el culto a la comunicación, el hábito de establecer correspondencias ha dado paso al pensamiento vacío, hueco, banal. Escribía Romain Rolland: "¿Debemos concluir que el amor a la patria sólo puede surgir mediante el odio hacia las otras patrias y la masacre de los que las defienden?". Y un poco así estamos. Todo cuanto no esté acorde a nuestros ideales no podemos aceptarlo. Hacerlo sería un error. Es como escribir de algo que no compartimos en absoluto, pero debemos escribir sobre ello porque si no lo hacemos hemos dejado de ser. ¿Y no será que los que han dejado de ser son los que lo hacen?
Nuestra vida es como un sueño, y para comprenderlo tal vez debamos ser los protagonistas de ese sueño, y dejar de incluir a personajes en el sueño, personajes que nos arrinconan, nos convierten en actores secundarios, meros observadores. Y nos gusta mucho eso de observar sin intervenir, y cuando lo hacemos, será tan solo para insultar y criticar todo cuanto no compartimos.
Escribía Cervantes en El Quijote: "Eso no es de maravillar -dijo don Quijote-, porque muchos teólogos hay que no son buenos para el púlpito, y son bonísimos para conocer las faltas o sobras de los que predican". Y ahora es como si todos tuviésemos el deseo y el interés de predicar, de hacer nuestro todo aquello que no lo es en realidad, pero actuamos con miedo, con respeto, actuamos dejando de ser uno para convertirnos en "qué pensarán los demás", olvidando la bondad y la belleza y centrándonos en ese "quedar bien", en ser políticamente correctos en nuestra vida simple. Y un poco (o un mucho) de irresponsabilidad hay en nuestros actos.
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