Juanma G. Anes
Tú, yo, Caín y Abel
Los afanes
Ha muerto Joan Margarit. Era un poeta honesto, humano y sincero. Marina Tsvietáieva escribió a la muerte de Rilke: "Cada muerte de un poeta, aunque naturalmente posible, es contranatural, es decir, un crimen, por ello inacabable, ininterrumpida, eterna - en el momento - duradera". Y es cierto, cuando un poeta muere se apaga un poco más la luz de la verdad, la luz del corazón, la luz del pensamiento. Cada poeta es auténtico, y en su marcha, aparece un inmenso vacío. Debe nacer de nuevo ese poeta para fabricar la armonía en nuestro espacio.
Margarit era diferente. Recuerdo estas palabras de Montaigne que dicen: "Los doctos suelen tropezar en esta piedra. Alardean siempre de su magisterio y esparcen sus libros por todas partes. En estos tiempos han llenado con ellos hasta tal extremo los gabinetes y los oídos de las damas, que, si éstas no han retenido la sustancia, al menos lo aparentan. En toda suerte de conversación y de materia, por baja y vulgar que sea, utilizan una manera de hablar y de escribir nueva y docta". Sí, Margarit era muy diferente.
Escribía Pavese "Todo poeta se ha angustiado, se ha asombrado y ha gozado. La admiración por un gran pasaje de poesía no se dirige nunca a su pasmosa habilidad, sino a la novedad del descubrimiento que contiene. Incluso cuando sentimos un latido de alegría al encontrar un adjetivo acoplado con felicidad a un sustantivo, que nunca se vieron juntos, no es el estupor por la elegancia de la cosa, por la prontitud del ingenio, por la habilidad técnica del poeta lo que nos impresiona, sino la maravilla ante la nueva realidad sacada a la luz".
No hay mejor homenaje que su recuerdo, que su lectura, que sus versos, sus palabras quedaron entre nosotros para siempre. Un gran poeta nos deja y un gran poeta nos acompaña. Para entender muchas de estas cosas, recomiendo la lectura de El oficio de vivir: Diario (1935-1950), de Cesare Pavese, es como tener presente a Margarit, es como sentir sus versos entre las líneas del libro.
Sócrates estaba convencido de que las pasiones se reducían a dos ejes, el placer y el dolor. Tal vez hoy nos embriague el dolor, el dolor por la muerte un poeta, el dolor y la nostalgia; pero centrémonos en el placer, en la humanidad, en la complicidad de un poeta que nos dejó mucho, que nos enseñó mucho y aún nos sigue enseñando. Visor anuncia la publicación de un libro inédito las próximas semanas. Alguien escribió: "El océano canta siempre". "El centro de gravedad de la existencia está en el corazón", lo dejó escrito Unamuno.
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