Juanma G. Anes
Tú, yo, Caín y Abel
Los afanes
Hemos repetido en diversas ocasiones que la abundancia de información provoca desinformación, pero también hay que indicar que la ausencia de información hace volar nuestra imaginación. Cuando, desgraciadamente, ocurrió el reciente doble atentado de Barcelona, las fuerzas y cuerpos de seguridad nos indicaron de manera insistente que no difundiéramos imágenes de Las Ramblas. Argumentaban motivos razonables. Y la lógica era evidente, había heridos y fallecidos, ¿porqué vamos a hacer fotos o a grabar vídeos con nuestros móviles? También se comunicó por redes sociales que no se difundieran imágenes de los mossos de escuadra, ya que estaban en pleno dispositivo de búsqueda e investigación de los terroristas.
Pero la sociedad tenía curiosidad por saber realmente qué pasaba en la ciudad condal, y miles, decenas de miles de imágenes circularon por Twitter y por otras redes. Nos hemos acostumbrado a informar a través de las redes sociales. Aceptamos como información veraz lo que a uno u otro se le ocurre difundir. Tenemos necesidad de información, pero también de inmediatez, de prontitud, todo en nuestra vida pasa muy rápido y es con esa rapidez con la que queremos conocerlo todo.
Si analizamos un poco este hecho descubriremos que hay defensa de la información. Formamos parte de una sociedad que desea estar informada, conocer los detalles para disponer de argumentos o simplemente para saber. En una sociedad no educada ni culta (no podemos olvidar que los primeros problemas que preocupan a los españoles, según las encuestas del CIS, son el paro, la corrupción y los problemas de índole económica) tal vez sea la información lo que necesitemos, la información veraz y objetiva (tan ausente). Pero para que esto ocurra necesitamos de la cultura y de la educación. De la cultura y de la educación de aquellos que crean la información, y de la cultura y de la educación de las personas que la reciben, para asimilarla y poder comprenderla.
Tan mala es la información como la desinformación. Debemos buscar el término medio. Aquello que nos provoque armonía y justicia. Recuerdo el ensayo de Zagajewski titulado Contra la poesía. Escribía el polaco: "Los que escriben poemas, a veces se entretienen, al margen de su ocupación principal, organizando defensas de la poesía." Y prosigue: "A uno se le ocurre preguntar si aquellos tratados no hacen un flaco favor a la poesía en vez de robustecerla."
Criticar la información es criticar la desinformación.
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