Se está practicando con peligrosa asiduidad y cada día con más frecuencia, un uso desmedido de la mentira haciéndola pasar por verdad, apoderándose impunemente del debate político en distintas dimensiones: en el propio ámbito de la política, en el entorno mediático -informadores que apoyan a los manifestantes- y en la propia calle, como hemos podido comprobar estos días en las manifestaciones supuestamente preventivas contra la extrema derecha. Para ello se han esgrimido todo tipo de amenazas, exageraciones, adulteraciones de la realidad, instrumentaciones, deformaciones intencionales, perversiones de la verdad, descalificaciones infundadas y supuestos advenimientos apocalípticos que se intentaban imponer a una absorta opinión pública incapaz de contrastar como auténticos augurios tan catastróficos. Argumentos ya conocidos de una izquierda que no sabe perder, incapaz de reconocer la derrota y empeñada en patrimonializar el poder absoluto, inasequibles a una normal discrepancia democrática.

En este laberinto de crispaciones que violentan e imposibilitan la estabilidad del sistema, un factor desequilibrante se debe, tanto a las actitudes extremas como al conflicto catalán, que, impunemente, ha ido pervirtiendo el normal funcionamiento democrático del país, infectándolo de su fanatismo, de su nacionalismo excluyente, de sus insoportables intransigencias, despertando ideologías extremistas que creíamos superadas. Además de incendiar la normal convivencia social y política, se valen de la mentira, la manipulación y la burla a la legalidad. Como otros artífices de la confusión y el desconcierto -léase el discurso de Teresa Rodríguez en el debate de investidura- se falsea la Historia. Ya hasta Portugal se permite tergiversarla borrando al imperio español de la vuelta al mundo, que completó con éxito el español Juan Sebastián con marinos españoles, entre ellos algunos de Huelva.

Es indeseable vivir en la grave contradicción que desconcierta a cualquier ciudadano consciente. No se puede afirmar ampulosamente en la Eurocámara, como ha hecho Pedro Sánchez, que "ningún europeísta se deja arrastrar" por las fuerzas que representan al nacionalismo excluyente que "amenaza" a la UE, y apelar a la protección frente a "la retórica de las identidades excluyentes" o proclamar enfáticamente "nosotros, la social democracia nunca pactaremos con la ultraderecha", cuando su permanencia en la Moncloa, como se le recuerda a menudo, está supeditada al apoyo de proetarras, entre ellos muchos responsables directos del terrorismo, supremacistas independentistas, nacionalistas separatistas, antisistema y populistas de extrema izquierda, todos ellos dispuestos a quebrar la unidad de España. Sobre todo no se puede banalizar sobre el terrorismo y sus víctimas con un pasado criminal al que algunos todavía invocan y de una izquierda abertzale, supuestamente libre de la hipoteca etarra, y otros socios nada recomendables.

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