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Un día en la vida
Abastantes de los que he visto y oído escandalizados por lo que ha hecho la HBO con Lo que el viento se llevó no los he visto ni oído escandalizados por el asesinato del negro George Floyd a manos (o bajo la rodilla) del policía blanco Derek Chauvin. El crimen les debió parecer otro suceso más con que nos surte al resto del mundo ese Gran Hipermercado de Noticias sobre la exageración y la desmesura que es Estados Unidos, pero la eliminación temporal de una película -por otra parte más vista que el tebeo, por mucha mitomanía que la rodee- del catálogo de una empresa privada que se dedica a hacer toda la caja posible con la industria del entretenimiento les ha resultado espeluznante.
Instalada en su mullida zona de confort a este viejo lado del Atlántico, rodeada de todos los avances tecnológicos, hiperconectada con el último confín de la tierra, abonada y suscrita a todas las plataformas digitales habidas y por haber, al día en la última teleserie de moda, al pago de sus cuotas y resguardada contra la pandemia, la morigerada burguesía europea vuelve a alertarnos del peligro de la censura que imponen los nuevos puritanos.
Suele ocurrir con un caso como el de Floyd. Es lo mismo que con la borrachera y la resaca. Nos revuelve ésta, no la primera. No importa lo que se hizo, sino sus efectos. Muerto el negro, enterrado o incinerado, lo que sea, con mediáticos funerales, lo que más interesa ahora son las consecuencias sobre nuestras acomodadas vidas, no sobre las destrozadas, que ya no tienen arreglo. Y entre esas lamentabilísimas secuelas está la decisión de la HBO de mandar a tomar por saco Lo que el viento se llevó. Los ideólogos de la derecha alternativa -o la derecha a secas, la de toda la vida- llevan desde finales de la década de los noventa del siglo pasado envolviéndola en la bandera de la incorrección política, subterfugio con el que la presentan como la genuina guardiana de las sagradas libertades de expresión, opinión y pensamiento -a las que recurren según les conviene- frente al hostigamiento al que son sometidas por los neoprogres o, como se les conoce en Estados Unidos, las élites liberales, con su insufrible moralina. Así, aprovechando el desvarío y la torpeza de la nueva progresía más mojigata, la propaganda reaccionaria disfrazada de adalid de los derechos desvía el foco y cala en toda esa gente que acaba protestando mucho más por la defenestración de una película que por el asesinato de otro negro.
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