Ando leyendo un libro de Muñoz Molina, Sefarad, que me está dejando muy inquieto. Cuenta, entre otras cosas, la situación de los judíos en la Alemania nazi, y lo inquietante del relato es la progresión que tuvieron las consignas del nazismo, la manera en que se fueron incorporando entre los ciudadanos, la permisividad que se tuvo con los pequeños cambios, y la imposibilidad de hacerles frente cuando todos esos pequeños cambios consolidaron una gran fractura. Para entonces ya era tarde, ya no había vuelta atrás, ya estaban escribiendo la Solución Final.

Ya digo que inquieta ver cómo la población es capaz de ir integrando pequeños cambios, giros sutiles en las políticas, y justifica la inacción por la trivialidad de esos cambios. A los judíos no les recortaron sus derechos de un día para otro, no los mandaron a la cámara de gas directamente. Fue gradual, apretando un poco aquí y otro allí, generando un estado de ánimo en la población, culpabilizando sin aspavientos, cerrando un barrio parcialmente, recortando derechos uno a uno, engañando, manipulando… mientras, los judíos se iban desintegrando en ese engaño, unos huían y otros no, unos alzaban la voz y otros pedían mesura, unos subían a los trenes y otros saltaban de ellos. No veían la globalidad, esperaban que aquellas políticas fueran cediendo, que se bajara el listón… pero no ocurrió tal cosa.

Y cuando se quiso mirar más allá todo lo que había era horror. No me inquieta el relato por lo que pasó: ya conozco esa historia. Me inquieta el relato porque me resulta muy familiar, esa manera progresiva de ir recortando derechos, de construir un relato torticero de la realidad, de criminalizar a los inmigrantes, de cuestionar lo público, de minar los pactos sociales. Y la forma en que los ciudadanos vamos encajando los golpes, justificando cada empujón que recibimos, confiados en que será el último y que enseguida volverá la cordura y la civilización.

Y así vemos inmigrantes encerrados en cárceles sin haber cometido delito alguno, salarios cada vez más bajos frente a beneficios cada vez más altos, convenios colectivos anulados, gente durmiendo en la calle porque un banco le arrebató su vivienda, miles de cadáveres en los mares que nos rodean, enormes muros financiados con nuestros impuestos, titiriteros en los calabozos… y todo eso ha ido pasando (está pasando) mientras vamos inventando nuevas excusas para la inacción, mientras esperamos que mañana, cuando despertemos, todo haya acabado, como un mal sueño. Pero quizás mañana, cuando despertemos, lo que veamos sea la peor de las pesadillas.

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