
Gafas de cerca
Tacho Rufino
Rictus de tormento
Alto y claro
Empieza uno a dudar si es más mérito de Pedro Sánchez y su alocada troupe o de los que quieren echarlo por el camino más corto. Pero lo cierto es que, en los últimos meses, en las últimas semanas si me apuran, alguien ha sacado a pasear a todos los fantasmas de nuestro pasado, a los que estamos más apegados de lo que muchos hubieran imaginado. Desde el frentismo guerracivilista a la expulsión de las órdenes religiosas de la enseñanza, pasando por la confiscación, por la vía fiscal, de los bienes de los ricos. Faltaba la amenaza militar y ya está aquí en forma del ruido de sables que tanto dio que hablar en la ahora denostada Transición, por más que los sables sean ahora herrumbrosos, como las lanzas de la novela de Benet, y el ruido se haga en grupos de WhatsApp y en cartas que su destinatario ha ignorado olímpicamente. Estoy seguro que cosas similares e incluso peores se han dicho toda la vida, entre toses y carraspeos, en las tertulias de retirados de todos los casinos militares de España.
Pero desengáñense los paseadores de fantasmas. Lo que los historiadores e hispanistas han llamado el problema militar se solucionó en nuestro país a mediodía del martes 24 de febrero de 1981, cuando el guardia civil Tejero puso su firma, sobre el capó de un coche, en el acta de rendición que ponía fin a la astracanada perpetrada la tarde anterior en el Congreso de los Diputados a las órdenes del muy monárquico general Milans del Bosch, que sacó los tanques a pasear por Valencia. Aquella vergüenza fue el punto final y la vacuna para los casi dos siglos de tentaciones intervencionistas de los militares españoles, que retrasaron durante décadas el progreso del país.
A partir de ahí todo fue diferente. Con Leopoldo Calvo Sotelo las Fuerzas Armadas españolas se incorporaron a la OTAN y poco después Felipe González y Narcís Serra acometieron la modernización de unos ejércitos que empezaron a viajar al extranjero, a aprender idiomas y participar con colegas de otros países en maniobras y en misiones de seguridad por todo el mundo. Hoy los militares españoles son profesionales y cada uno defenderá sus ideas políticas en las urnas y en las conversaciones con compañeros y amigos, como cualquier hijo de vecino. Podría incluso presumirse que el estamento militar tiene un perfil más conservador que la media del país: lo dan los valores en los que son educados. Pero sería un error confundir pronunciamientos mohosos y desfasados con un problema que, afortunadamente también para ellos, ya no existe.
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