Falta de experiencia política

Hemos de ser conscientes de que los mirlos blancos en un ambiente pueden no serlo en otros. Ya veremos

Como si de una empresa se tratara, los partidos políticos intentan abrir mercados, atraer hacia sí a nuevos consumidores, partiendo de la idea de que los que ya lo son, más o menos, permanecerán en esa condición, una creencia que es vulnerable a no cumplirse. Aun así, es verdad que hay una tendencia a que se sea fiel a unas determinadas siglas, a las cuales se vota por convicción, porque gusta su líder o porque, quizás, representa lo menos malo de lo existente. Pues bien, con aquel objetivo, una de las estrategias empleadas por los partidos es la de tratar de integrar en sus listas o puestos de relevancia a los que se autoetiquetan o se les toma como independientes por el mero hecho de no estar afiliado a ninguno. Con ello, no se persigue necesariamente poner a los mejores sino ofrecer una imagen abierta de cara a la sociedad. Los criterios de elección suelen ser varios como, por ejemplo, el que sepa mucho de algo, el que está conectado con un determinado sector o el que ha destacado profesionalmente. Pero uno que viene como anillo al dedo es el de la popularidad. El que alguien sea muy conocido tiene la ventaja de que la noticia se difunda más amplia y rápidamente y nunca hay que desdeñar la publicidad y más si es gratuita. Sucede, no obstante, en todo este proceso que, con frecuencia, el supuesto independiente designado no tiene ninguna experiencia política, haciendo parecer que este ámbito eso no es importante porque cualquiera desde su casa, despacho o particular actividad puede pegar un salto a ocupar responsabilidades sin que ello comporte riesgos. En el periodo de transición a la democracia hubo que asumir esto porque no quedaba más remedio pero ¿procede en los tiempos actuales? La política en cargos orgánicos e institucionales de una cierta entidad conlleva una gran complejidad, más cuanto más elevado sea y eso no se maneja en dos días. Además, sus ocupantes han de lidiar con intereses legítimos no coincidentes o, incluso, opuestos; tener una visión global de todo aunque sus competencias se limiten a un área concreta; ser asertivos y, a la par, poseer capacidad de negociación; gozar de habilidades de comunicación; etcétera, por no hablar de ejercer de acuerdo con unos principios éticos y de justicia. Esperemos que los nuevos ministros sin experiencia política respondan a las expectativas creadas. Deseémosles suerte y que lo hagan muy bien, pero hemos de ser conscientes de que los mirlos blancos en un ambiente pueden no serlo en otros. Ya veremos.

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