Son tantos y tan diversos los focos de atención que destellan en el firmamento político de la actualidad, que resulta difícil centrarse en algunos de ellos sin que otros despierten, por unas razones u otras nuestro interés y nuestra expectación. Eso sí, a veces con estupor, con asombro y con amarga percepción, porque resulta curioso que ciertos personajes, ciertos partidos o ciertos círculos de opinión, se ocupen de lo que a ellos afecta o conviene, despreciando o postergando otros problemas aunque sean de mayor gravedad o intenten con su indiferencia desviarlos del objetivo general. Cuando las convulsiones son tan efervescentes como las que vivimos estos días no caben actitudes timoratas, ambiguas, escapistas y huidizas: taxistas, nacionalismo, desigualdad, desempleo, decrecimiento económico, Venezuela… Los gobernantes, los políticos que ocupan cargos en las distintas administraciones públicas en general, han sido elegidos para solucionar los problemas, no para suscitarlos o crearlos directamente, como ocurre en tantos casos, o para que sus propios conflictos internos obstaculicen de manera ostensible su ejecutoria activa y normal.

Otro de los aspectos preocupantes de la actualidad política, entre los que la confusión ideológica constituye un índice de elevado desasosiego y reflexión, es la polarización, la excesiva fragmentación que a la luz de las encuestas cada día es más evidente. La homogeneidad aparente de las ideas no propende a la unión sino a la división y el disenso. Parece como si 40 años de ejercicio democrático no hubieran servido para nada y hemos vuelto a la sopa de letras de aquella incipiente y bisoña democracia. Muchos añoramos, y no me importa reconocerlo, aquel bipartidismo, tan denostado por muchos, y que, sin embargo, funciona ejemplarmente en algunos países. Y no solo eso sino la escisión que aqueja a partidos de izquierda como Podemos, sistema que parece seguir la siniestra estela de sus más viejos precedentes: el tristemente célebre Politburó Político y sus purgas, que hacía desaparecer a sus figuras caídas en desgracia de las mismísimas fotos oficiales. La conquista de los cielos se ha convertido en la conquista del limbo.

Es pasmoso el afán redentorista de algunos, tanto políticos como comunicadores afines, capaces de alentar, compartir o admitir sin parpadear posiciones extremas o la defensa de regímenes como el de Venezuela -más de 4 millones han huido ya del hambre y el terror-, caso de Podemos, IU, los abertzales vascos y las vacilaciones socialistas (siempre vadeando entre dos aguas), entre otros. ¿Es que sus deformaciones ideológicas pueden llevarles a defender a un tirano? ¿Por qué ese empeño en blanquear dictaduras de izquierda o es que esa es su hoja de ruta? ¿Es que sólo hay dictaduras de derecha?... El presidente Sánchez habla de "escrúpulos". ¿De quién? ¿Con quién? Demasiadas preguntas.

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