El próximo jueves se cumple el centenario del nacimiento del doctor Ernesto Feria Jaldón. El motivo de evocarlo, es que la Academia Iberoamericana de La Rábida celebra un homenaje con la presentación del libro Las abstracciones del aburrimiento y otros escritos, del que fue autor. Nacido en Villanueva de los Castillejos supo alternar con una dignidad muy ejemplar el ejercicio de la medicina y el de la extensión de la cultura y el conocimiento entre los suyos. Médico de pueblo, en su caso constituía un ejercicio de nobleza, competencia profesional y confianza entre sus paisanos verdaderamente admirables. Algo que ahora echamos de menos en esta España vacía y vaciada, donde estas atenciones tanto se necesitan y tanto faltan. Me permitirán el recuerdo de Miguel Quiroga de Unamuno, el primer nieto de don Miguel de Unamuno, hijo del poeta José María Quiroga Plá, poeta y ensayista, que murió en el exilio en Ginebra, que ejerció como médico en San Juan del Puerto por los años sesenta, claro ejemplo también de esa medicina rural cercana y entrañable que une, además, cultura y conocimiento.

Pero en Ernesto Feria Jaldón se apreciaba una singular bonhomía y una prodigiosa formación humanística y filosófica que inspiraba su gran capacidad creativa para la reflexión y composición de profundos ensayos en el ámbito del pensamiento. Se añadía su encanto en la conversación, en la comunicación directa, en la amistad de la que uno se sentía inefablemente satisfecho. De la bondad y la exquisitez de su amistad brotaba el deleite de la charla con una persona que había indagado en las más profundas simas de la racionalidad y la filosofía. Eran frecuentes en sus impagables conversaciones las citas de Nietzsche, Unamuno, Jaspers, Kierkegaard, Heidegger, Lacan, Habermas, Zubiri, Sartre… Sobre todo aquellos que más afectaban a nuestras preocupaciones ideológicas de entonces. Además de sus siempre apasionantes libros, Ernesto cultivó con intensidad, sin prisa pero sin pausa, el periodismo de opinión siempre con reflexiones de la más ponderada lógica y escribió ensayos en los que expuso interesantes propuestas en el ámbito de la Filosofía. Dominaba también otra faceta tal, vez ignorada por muchos: su amor y conocimientos sobre el cine. Coincidíamos muchas veces en las primeras sesiones, que yo frecuentaba en mi condición de crítico cinematográfico, que ejercí durante más de cincuenta años, en el vestíbulo del cine Emperador. En esas largas charlas desgranaba con su verbo cálido, erudito y amable sus siempre acertadas opiniones, versado en la técnica y el lenguaje cinematográficos, dominador de un arte que se integraba copiosamente en el conjunto inmenso de sus conocimientos y su clarividencia inteligente y creativa. Eran tan animadas y estimulantes aquellas conversaciones que muchas veces nos tenían que avisar: "¡Qué empieza la película!"

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