Elogio al ex lector

Una de las enseñanzas de la monogamia es que sólo se le pide indisolubilidad a una persona del mundo

Jamás protesto de que tengo pocos lectores como hacen algunos admirados colegas que tienen muchos más que yo. Los míos son los justos y uno -usted- para mí es diez mil siendo el mejor, como dijo Heráclito el Oscuro. Tampoco me quejo de los lectores que tuve y ya no tengo. Precisamente, a ellos les quiero dedicar este artículo.

¿Paradójico porque no lo van a leer o porque cualquier ex lector, si lo leyese, aunque fuese por casualidad, sería un lector actual y reincidente? Tan paradójico no me parece: antes o después, ustedes serán ex lectores míos, a mucha honra y agradecimiento por ambas partes o, al menos, por la mía.

Lo escribo sin resquemor. Piensen que pienso en dos de mis lecturas fundamentales: Jorge Luis Borges y José Ortega y Gasset, nada menos. Hará diez años que no los leo, salvo algunas consultas puntuales, pero no porque les admire menos o ya no les necesite. Los tengo tan asimilados que ya está.

Una de las múltiples sabidurías que encierra la monogamia es que sólo se le pide indisolubilidad a una persona entre los miles de millones que hay en el mundo. Y los profesores tenemos asimilado que el destino de nuestros alumnos es convertirse en ex alumnos. Como estar deseando perder de vista a algunos es un fracaso de todos, es bueno que nos dé un poco de lástima que pasen de curso; pero sólo un poco. Lo mismo con los lectores.

Al final, uno tiene un mensaje que transmitir; y otros tienen sus propios mensajes. Natural que el lector inteligente, en cuanto capte mi espíritu, se vaya a buscar otros que enriquezcan su personalidad y su visión del mundo.

Ahora bien, ¿cuál será ese espíritu que traigo encerrado en mi botella? Pensaba que es una traducción del maravilloso díptico de William Dumbar: "Man, please thy Maker and be merry,/ And set not by this world a cherry", esto es: "Hombre, haz feliz a Dios y está contento,/ que lo demás no importa ni un pimiento". Ahora añadiría a ese díptico una pequeña precisión. Los pimientos, incluso los del piquillo de la política y, desde luego, los dulces de la belleza del mundo, están buenísimos y merecen una atención subalterna, pero sabrosa. Si mis ex lectores se llevan esa actitud, ya suya, yo habré cumplido. Esto no es una despedida, porque vendrán nuevos lectores. Lo bueno de no tener muchedumbres es que ustedes pueden ir pasando a hacerme compañía de poquitos en poquitos en esta fiesta interminable de Dios y los pimientos.

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