Vivimos una época de prisas, de apresuramientos inducidos por intereses a veces espurios y ambiciosos. Una especie de compulsiva paranoia festiva, que nos lleva cada año con más acelerado frenesí a adelantar acontecimientos, incentivar necesidades y deseos, a someternos a una espiral de consumismo y hedonismo imparables y en ocasiones gratuitos. Todo acelerado por una astuta mercadotecnia y un marketing extraordinariamente persuasivo que ha provocado una manera confusa y desconcertante de concebir la Navidad, trascendiendo en una especie de hastío indiferente al auténtico espíritu navideño. En algunos lugares lo llaman el "día Internacional del Regalo".

Y de esta guisa en tanto algunos ambientes se ven inundados por el espíritu de la Navidad, con significados entrañables y tradicionales, otros se ven impregnados por ciertas corrientes negativas, desacralizadoras, que pretenden algo tan extraño e incoherente como una Navidad laica, llena de significados de inconcebibles paradojas. Han surgido en los últimos tiempos corrientes contrarias a ese sentido navideño, considerándolo poco menos que retrógrado e inmovilista, desgastado e incómodo, que ha alcanzado a distintas esferas del pensamiento y del arte. Es tan curioso como que el cine ha dinamitado o ridiculizado personajes tan venerados y míticos, como Santa Claus o Papá Noel, que es lo mismo, tan ajenos y lejanos a nuestras costumbres e importados por muchos de aquellos que, por intereses económicos o egoístas, lo han tomado como símbolo, aunque aborrezcan a esa sociedad a la que tanto imitan.

La Navidad cristiana, tiene fundamentos más íntimos, más sinceros y trascendentes, más propios de esa significativa influencia que estas creencias han tenido en la cultura clásica y en la tradición popular, como impulso de numerosas causas e instituciones que hoy existen gracias a su influjo secular, desplegado en lo social y lo humano, en la entrega a los demás, en la caridad, la solidaridad y la generosidad, en las raíces de los derechos humanos, el arte y en tantos otros aspectos vitales que hoy quieren desvirtuar quienes consideran este espíritu anticuado y decrépito, negando los principios que han inspirado perspectivas del genuino humanismo cristiano.

En estas ocasiones vuelven mis referentes poéticos, literarios, ecos navideños, indelebles y manifestaciones tan entrañables que van desde Góngora a Dickens, desde Paul Auster a nuestro Juan Ramón Jiménez o desde Joyce a Truman Capote, para exaltar la Navidad. Recordemos del primero, Luis de Góngora, aquel verso impagable: "Caído se le ha un clavel/ hoy a la Aurora del seno;/ ¡qué glorioso que está el heno/ porque ha caído sobre él!". En una cena de Navidad transcurre el magnífico cuento de James Joyce en su novela "Dublineses", de la que John Huston hizo una gran película. Sin olvidar al poeta renacentista Cristóbal de Castillejo: "Pues hacemos alegrías cuando nace uno de nos/ ¿qué haremos naciendo Dios?"

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