Días de radio

En esta época de verdades secuestradas la radio es una herramienta poderosa para sacudirnos la pereza mental

Desde que a los 7 años entré en un locutorio, gracias a una tía mía que trabajaba en Radio Popular, quedé prendada de lo que llaman la magia de la radio: la sorpresa de estar cerca estando lejos, ese hilo misterioso entre el emisor sin imagen y el receptor invisible en el que el sonido, y sólo eso, crea un vínculo eficaz y protector. Después he tenido ocasión de estudiarla, de practicarla con adolescentes, de experimentarla desde dentro, y también -esto es lo más bonito- de comprobar su accesibilidad y poder transformador, identitario, en pequeñas comunidades de nuestro país y otros lugares del mundo. No pretendía convertir el artículo en una relación de vivencias personales, pero me voy dando cuenta de que al hablar de la radio tampoco puedo soslayarlas. Porque este Día de la radio (en realidad, todos los días, cada vez que la enciendo) es mío, es de todos los oyentes que disfrutamos de su compañía.

A nivel mundial, la radio sigue siendo el medio de mayor consumo: llega donde internet ni se lo plantea y además aprovecha sus recursos (qué buen invento esto del pódcast). Los informes internacionales revelan que es el medio que genera mayor confianza. ¿Por qué? Quizás tenga que ver con los matices. En la era de la velocidad, los matices son un lastre que hay soltar porque lo que se busca es ser más rápidos: tantos caracteres en un tuit, tantas palabras en un artículo, tantos segundos para una declaración… Los matices de la radio son consustanciales al medio: para captar nuestra atención, el discurso no puede ser atropellado ni fragmentario; hay que atraer al oyente con la modulación justa y el timbre correcto, hay que escuchar y enseñar a escuchar. Seguramente ese entrenamiento para la escucha, para el diálogo sosegado, sea lo que más necesitemos en este país, cada vez más propenso al insulto y a la mentira.

Siempre nos han dicho que el objetivo de los medios de comunicación era desvelar la verdad, y seguimos creyéndolo, a pesar de las crueles evidencias en contra. Pero la verdad es lenta, se abre camino despacio, necesita tiempo para sopesar y discernir. En esta época de verdades secuestradas quiero pensar que la radio, con todos sus matices, es una herramienta poderosa para sacudirnos la pereza mental, para desechar soluciones simples o respuestas sin criterio. Y que podemos contar con ella para escuchar el latido del mundo que aún no ha llegado, para reconocer los mundos que permanecen ignorados.

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