María Fernández

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Cuento de Navidad

La obra de Dickens fue el grito de dolor e ira de un periodista hacia una realidad que le sobrepasaba

Cuento de Navidad fue un éxito desde que vio la luz. Publicada seis días antes de la Navidad de 1843, las 6.000 primeras copias de este clásico de Dickens ya habían sido vendidas antes de la víspera navideña.

El autor de este cuento universal nació en el seno de una familia sin muchos recursos, pero a pesar de la falta de lujos, esta época del año era una de sus preferidas. Algo que contrasta con la visión que tenía de las fiestas el protagonista de la historia. Scrooge es un anciano avaro y explotador que, en el relato, es visitado por el fantasma de su antiguo socio, Jacob Marley, y luego por los fantasmas de la Navidad pasada, presente y futura. Todos los espectros le muestran los errores cometidos en su vida y le enseñan que estas fechas deben ser vividas con generosidad y buena voluntad.

Y, a pesar de la redención final de su personaje, muchos lectores del autor británico nacido en 1812 se han preguntado qué lo llevó a crear un Scrooge tan desalmado. Buscando en nuestro amigo Google estos días he descubierto que Dickens redactó y publicó esta obra el mismo año que el Gobierno británico daba a conocer en un informe la gravedad de la explotación infantil. Este relato universal fue el grito de dolor e ira de un periodista hacia una realidad que le sobrepasaba. Lejos de escribir un panfleto político ideó una historia que traspasó fronteras y que hoy sigue viva.

Cuento de Navidad, además de enseñar valores humanos, es un relato increíblemente accesible a todas las generaciones que puede, incluso, alejarnos del consumismo tan propio de nuestro siglo.

Un consumismo que se apodera de las calles cada año antes de tiempo marcando el inicio de la Navidad con el Black Friday, el Cyber Monday, Papá Noel, el amigo invisible, los reyes magos y las compras innecesarias que se vuelven indispensables.

En estos días se me viene a la cabeza un cuento que de niña me daba miedo y que hoy intento releer para mantener mis cimientos. El brillo del alumbrado no debe ocultar la miseria de quienes lo han perdido todo por el virus. No puede ser una excusa para malgastar fondos públicos cuando se aboga por líneas verdes ni la razón para esconderse de todo aquello que nos hace peores.

La Navidad, hoy más que nunca, parece haberse convertido en un cuento y no en el de Dickens.

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