Lo siento, pero no puedo hablarles de otra cosa. Ya sé que estarán saturados de palabras sobre Laura Luelmo, y les aseguro que he tratado de buscar un tema alternativo, alguna historia que nos calentara el corazón helado. Pero no puedo más que mostrarles mis propias dudas. Porque, pensando en este crimen y en su castigo, hay muchas cosas que no entiendo.

No entiendo que haya gente esperando durante horas en la puerta de la Comandancia para, durante breves segundos, poder gritarle asesino a Montoya. No entiendo que haya vecinos que increpen a su familia para que se vayan del pueblo donde viven, como si fueran culpables de algo. Porque nunca el odio y la venganza mejoran la realidad, por mucha furia que tengamos dentro.

No entiendo que cada vez que haya un crimen horrible se vuelva a hablar de cadena perpetua (sin eufemismos, por favor) cuando está demostrado que no sirve como medida disuasoria. No entiendo que quienes blanden la Constitución como un arma y abominan de los desalmados que quieren romperla, la violen a escondidas sabiendo que el artículo 25 exige la reinserción social como fin de las penas. Porque tenemos uno de los índices de delincuencia menores de Europa, y a cambio, un código penal durísimo. Porque es un error legislar en el siglo XXI como si estuviéramos en el XIX, y es perverso hacerlo así para captar votos.

No entiendo que lo que no esté en entredicho ahora mismo sea el sistema penitenciario, que pudo, que debió haber intervenido para que esta desgracia no sucediera, y que fracasó absolutamente. No entiendo que sea más fácil resolver este fracaso sentenciando "que se pudra ahí dentro veinte años más", en lugar de exigir más medios, más seguimiento, más reeducación, más programas. Porque la pregunta no es cuántos años hay que estar en prisión, la pregunta correcta es para qué.

No entiendo tampoco que se tome a las mujeres como víctimas, a todas las mujeres. Que se hable una y otra vez del riesgo que corremos en acciones cotidianas como salir de fiesta o hacer deporte. Que se considere que todos los hombres son más o menos machistas, y por tanto más o menos cómplices. Pero esta duda, esta sí, me la resolvió mi hija, que se resiste a entrar en la deriva fácil. A ver cuándo se acaba esto de hablar del miedo de las mujeres, mamá, que a fuerza de nombrarlo van a hacerlo posible. Y yo no tengo miedo.

Porque es así, con gestos pequeños e invisibles, como las mujeres conquistamos la libertad.

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