Ricardo Bada, entrañable amigo y compañero en la comunicación desde hace ¡tantos! años, gran parte de los cuales los ha desempeñado en la redacción de La Voz de Alemania (Deutsche Welle) en Colonia, uno de los mejores escritores que ha dado esta tierra, me remite un artículo publicado el pasado día 13 en Nexos, escrito por Álvaro Ruiz Rodilla sobre el libro del veterano escritor, cineasta y dramaturgo -de antigua referencia en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva-, Edgardo Cozarinsky, Borges y el cine. Oportunamente el propio Ricardo recordaba a Manuel Antin, novelista, dramaturgo, poeta y también director de cine argentino, cómo "su sobrino, Miguel de Torre Borges, cuenta en sus memorias que fue al cine una de las decenas de veces que acudió a ver High Noon (Solo ante el peligro), y a quien convenció para que fuese a ver Psicosis, que le gustó, y Yellow Submarine, que no le gustó".

Cabe evocar aquí que tanto Ricardo Bada como yo escribíamos de esta cuestión hace ya trece años tras la aparición del libro Nosotros los Borges: Apuntes de familia, de Miguel de Torre Borges, publicado por la Diputación Provincial de Huelva. Yo me adelantaba el 3 de noviembre de 2005 con la recensión del texto y seguía el 21 de ese mismo mes con una referencia más concreta a uno de los capítulos de las memorias en esta misma columna relacionada con la afición del escritor argentino al cine. Bada lo haría más tarde, en febrero de 2006, en Revista de Libros, donde se ocupaba de la obra de su sobrino, habitual acompañante a las salas cinematográficas del escritor invidente, una especie de lazarillo fílmico. A esa afinidad cinematográfica, curiosa y sorprendente a veces por parte del autor de El Aleph, se deben las abundantes citas al efecto.

Conocida es la afición de muchos escritores al cine. En la órbita latinoamericana el cubano Alejo Carpentier le dedicó un sabroso libro, Letra y solfa, con muchas vivencias cinematográficas. En el caso de Jorge Luis Borges, a través de la evocación de Miguel sabemos de su admiración por El acorazado Potemkin y Alexander Nevsky, del inefable Eisenstein. No es para menos. "Nunca olvidaré, escribe Miguel de Torres Borges, su entusiasmo, acompañando con saltos en el asiento, por la carga de los caballeros teutónicos con el fondo musical de Prokofiev".

Destacaba en mi columna cómo tío y sobrino se entusiasmaron con el entierro a lo vikingo de Beau Geste, con la grandiosidad de Lawrence de Arabia, de David Lean; la fascinación de Gilda con una esplendorosa y sensual Rita Hayworth y los "westerns a granel" como Un tiro en la noche, El pistolero invencible, Los que no perdonan o A la hora señalada, que según Miguel "¿cuántas decenas de veces la habrá visto?".

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