Muchos escritores han mostrado su amor por el cine dedicando páginas de sus obras al Séptimo Arte. Muchos autores han visto sus novelas u obras teatrales llevadas a la pantalla desde los más grandes clásicos hasta nuestros días y muchos de ellos lo han sido en muy diversas ocasiones. Entre los más adaptados se encuentra nada menos que William Shakespeare, alguna de sus creaciones han conocido un buen número de versiones: Hamlet, Macbeth, Romeo y Julieta, El sueño de una noche de verano, El rey Lear, La fierecilla domada… Otras obras suyas fueron también adaptadas en una sola versión.

Recordaba en el centenario de su muerte la personalidad del escritor norteamericano Mark Twain, su dedicación al cine y las adaptaciones de sus libros: Tom Sawyer, El príncipe y el mendigo, Huckleberry Finn, las tres en más de una ocasión. No puedo olvidar esa pieza maestra de Alejo Carpentier, Letra y solfa (1975), crónicas escritas en El Nacional de Caracas entre 1951 y 1959 en las que su prosa magistral goza de todas sus vivencias cinematográficas, capaz de encantar al más diverso lector aunque no frecuente el cine. Podría citar más pero quiero recordar especialmente el libro Nosotros Los Borges. Apuntes de familia, cuyo autor es un sobrino del eximio escritor argentino, Miguel de Torre Borges, editado en 2005. Hay unas páginas donde evoca la afición cinematográfica de Jorge Luis Borges que merecen destacarse.

En la introducción del texto, espléndidamente escrito por nuestro entrañable poeta, desgraciadamente fallecido, Juan Drago, se clarifican extensa y adecuadamente las líneas maestras de un trabajo tan singular en el que prima la personalidad del gran autor argentino Jorge Luis Borges, de quien dice podemos conocer "la intimidad del escritor, sus gustos, sus tics, sus preferencias, su propia intimidad en familia antes de ser universalmente reconocido". Todo ello se contextualiza en una amena revisión biográfica que nos cuenta su sobrino Miguel de Torre Borges que le acompañaba en sus paseos por los barrios de Buenos Aires.

Pero "esta edición va más allá de la búsqueda del conocimiento profundo de J. L. Borges". Resulta enormemente reveladora esa peculiar relación de la familia. La más directa con su hermana Norah, que realmente se llamaba Leonor Fanny, dedicada a la pintura y quien luego casaría con el escritor y prestigioso crítico español Guillermo de Torre, experto en el arte de las vanguardias. Se glosa en este capítulo introductorio ese ámbito cálido y estimulante de los Borges, de todos sus miembros, integrados íntimamente y de fructíferas consecuencias en la vida y en el arte.

Escribe Miguel de Torre Borges: "Cuando todas las mañanas paso entre el mural de López Claro y el de Castagnino (en éste aparecen los nombres de Meliès, Griffith, Chaplin, Buñuel, O'Flaherty y Eisenstein) no puedo dejar de pensar que al fondo de la ahora extendida librería estaba la pantalla del mítico cine Lorraine". Cuarenta años atrás Borges y su sobrino vieron, entre otras, 39 escalones, de Alfred Hitchcock; El cochecito, de Marco Ferreri; La diligencia y El delator, de John Ford; La quimera del oro, la única de Charlot que le gustaba al escritor, Rashomon, de Akira Kurosawa; Locos de atar, Una noche en la ópera y Servicio de hotel, de los Hermanos Marx y pudieron admirar a Alec Guinness en Los ocho sentenciados y El quinteto de la muerte.

Por la evocación de Miguel sabemos de la admiración de Borges por El acorazado Potemkin y Alexander Nevsky, del inefable Eisenstein. No es para menos. "Nunca olvidaré, escribe Miguel de Torre, su entusiasmo, acompañando con saltos en el asiento ante la carga de los caballeros teutónicos, con el fondo musical de Profofiev". Tío y sobrino se entusiasmaron con el entierro a lo vikingo de Beau Geste, no nos aclara qué versión, con la grandiosidad de Lawrence de Arabia, de David Lean; la fascinación de Gilda con una esplendorosa Rita Hayworth y los "westerns a granel" como Un tiro en la noche, Los que no perdonan o A la hora señalada, que según Miguel "¿Cuántas decenas de veces la habrá visto?". Y es que cuando una película le apasionaba llevaba a una persona distinta cada noche para verla de nuevo.

Al escritor argentino le interesaban los avances técnicos y le encantaron el Cinerama, el 3-D y el CinemaScope, que le permitieron soportar, asegura el autor, La conquista del Oeste, celebrando especialmente una de sus primeras producciones en este formato: El manto sagrado, que aquí se tituló La túnica sagrada. Aunque sentía horror por los musicales vio con su sobrino Rock around the clock en el cine Miramar, atraído por la música pero contrariado por "la vulgaridad de sus diálogos, especialmente con lo que decía Bill Haley", el auténtico creador del "rock", que popularizaría Elvis Presley. Añade que, releyendo la lista de los films, no figuraba en ella ningún título argentino y sólo uno español "que nos gustó muchísimo, con compadritos andaluces, uno de ellos apodado El Chiclanero"... Curioso ¿no?

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