Antonio Gálvez, el fotógrafo

Gálvez merece un capítulo de honor en la historia de la fotografía del siglo XX realizada, en parte, en París

Hace dos semanas escribía en estas páginas el Surcos Nuevos titulado En Barcelona. Hablaba en él del proyectado encuentro en la Ciudad Condal con Antonio Gálvez y su esposa Genèvieve, aplazado por la hospitalización de Antonio en el Clinic, donde le cuidaba su amigo y médico José Hernández Rodríguez, que tenía su absoluta confianza. Ya no será posible porque la enfermedad que hasta entonces habían podido dominar terminó con su vida terrenal pocos días después, a la edad de 93 años. No obstante, como los artistas más grandes, nos deja una obra que merece un capítulo de honor en la historia de la fotografía de la segunda mitad del siglo XX, realizada en buena parte en el París que por era entonces capital indiscutible de la cultura.

El contacto con él, a través del Otoño Cultural Iberoamericano, lo establecimos en 2014, con motivo del centenario del nacimiento de Julio Cortázar. El Instituto Cervantes de París había producido el año anterior una exposición conmemorativa del cincuentenario de la primera edición de Rayuela, que nos ofreció gentilmente, y entre las obras presentes figuraban varios retratos del escritor argentino realizados por Gálvez, uno de sus mejores amigos. Después el OCIb expuso su Buñuel. Una relación circular con Antonio Gálvez: nadie como Gálvez ha captado con una cámara el genio de Buñuel. Y la excelente serie de fotografías de Pablo Neruda tratada pictóricamente por el chileno Víctor Ramírez. Y Mis amigos los cabezones (Mes amis les grosses têtes), formando parte del acuerdo Instituto Cervantes - OCIb, que después de las exhibiciones en Huelva y Sevilla, recorrió durante dos años diversos centros europeos del Instituto. Antonio, por cierto, nunca vio con buenos ojos que prescindiéramos de tres retratos de sus amigos que figuraban en la colección a causa de la relación de los retratados con la organización de la exposición.

Su viuda Geneviève y su hija Elsa reciben estos días la condolencia de quienes disfrutamos de su generosa amistad y conocimos de cerca su desbordante humanidad, su firme personalidad y su insobornable actitud en todos los aspectos de la vida. A ellas -y también a todos nosotros- nos toca ahora hacer lo posible por que su legado sea conocido como una singular aportación al arte contemporáneo, por la magistral visión surrealista que lleva a sus imágenes a traspasar las fronteras de la simple captación fotográfica.

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