No soy pesimista por naturaleza sino, quizás ingenuamente, todo lo contrario. Pero es imposible sustraerse a la perturbación que inevitablemente te provocan las noticias que nos frecuentan. Las repaso a primera hora de la mañana a través de distintos periódicos y los sobresaltos en los últimos días, provocan, como mínimo, el ataque de nervios, la congoja, una latente psicosis. Ya me dirán si uno lee "El Gobierno remite a Bruselas el nuevo Plan de Estabilidad con una caída del PIB de entre el 9% y el 9,5%...". Y a renglón seguido: "El Gobierno prevé que la economía se hundirá un 9,2% y que el paro se disparará al 19% en 2020". "La economía española se hunde un 5,2% en el primer trimestre, la mayor caída de la historia reciente". "El Gobierno compra batas a empresas chinas 66 veces más caras que las adquiridas a compañías españolas". Como poco los guardianes de reducir cuantos argumentos puedan menoscabar el prestigio del Gobierno, me tildarían de catastrofista, derrotista, alarmista, con el consiguiente eco superlativo de sus corifeos mediáticos. Muchos de los sufridos ciudadanos se sienten al borde del abismo.

Un trágico balance pesa sobre nosotros a consecuencia de la tardanza exasperante en tomar medidas eficaces y la abundancia de carencias que han agravado la situación y la gestión hasta extremos inconcebibles. La indecisión, la improvisación, la evidente incompetencia, los retrasos, la falta de claridad y trasparencia pese a tanta comparecencia a veces vacía e insustancial (pura propaganda en tantas ocasiones), la contradicción en los datos, las discutibles valoraciones, la falta de recursos esenciales, la ausencia de un completo y exhaustivo estudio epidemiológico y entre tantas otras insuficiencias la falta de comunicación. En ese sentido el editorial de nuestro periódico del jueves pasado era suficientemente expeditivo: "Entre los errores que está cometiendo el Gobierno en esta pandemia del coronavirus destaca el de la comunicación y el diálogo". Y es que el autoritario "mando único" no debe excluir para nada el entendimiento entre partidos, comunidades y cuantos puedan aportar soluciones a tan compleja problemática.

Pero en ese mismo estado de consternación nada nos libra de estupores inesperados cuando lees que "El pasado 24 de abril, el Boletín Oficial del Estado hacía público el pago de las subvenciones a los partidos políticos correspondiente al primer trimestre del presente ejercicio presupuestario de 2020. Una cifra que ascendería a 13.838.794,98 euros y que ya ha sido abonada a las distintas formaciones". Tal y como recoge la Resolución de la Dirección General de Política Interior del pasado 15 de abril, esas subvenciones están destinadas a "atender los gastos de funcionamiento ordinario" de las entidades. Sabido es que el Congreso recibe una cantidad anual, en concepto de subvenciones, que se distribuye en función de los resultados logrados en las últimas elecciones. ¿Precisamente ahora?

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