Análisis

J.J. Díaz Trillo

Profesor de Literatura y escritor

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En Huelva septiembre es una suerte, sí, de benigno enero. Sin los rigores del frío y aún en los rescoldos de un verano cada vez más extenso, este mes nos indica, como ningún otro, el camino de vuelta, las vísperas del inicio, la inquietud de una nueva etapa, de un nuevo curso en nuestras vidas. A la resaca de las numerosas fiestas que recorren la provincia hasta estos días de vendimia; al esplendor de una costa felizmente democrática, a la que accedemos casi desnudos, como los hijos de la mar, y por el módico precio del viaje; se une una luz prodigiosa de final, de última frontera de Occidente, que nos demora entre la pereza de abandonar el descanso y la alegría de las cosas que deseamos emprender con mejor tino, si es posible.

Nada como la sonrisa fresca o las lágrimas de incertidumbre de las niñas y jóvenes que se acercan, todavía con sueño, a los deberes que le esperan en clase para expresar la llegada de otro año, también con su cuesta de gastos familiares. Mochilas y estuches, libros maravillosos en su impresión o su aspecto en la pantalla, zapatillas que vuelven a cautivar los pies. El rumor de la vida en ciernes, el tráfico de los días que se estrechan mientras se ensanchan amistad y reencuentro. También para los mayores un regreso a las rutinas de siempre, a los lugares de costumbre. Desde los que observaremos, ahora con más atención, lo que pasa y nos pasa más allá de este tiempo y espacio que nos regala un mes irrepetible de prórroga y comienzo.

Nos llegarán más nítidas las noticias, de dentro y de fuera, y mucho me temo -sí que es temor por el desgaste para la democracia que conlleva- que también tendremos que volver a votar. Raro caso el de un país que convoca cada año, y desde la insatisfacción de quienes acaban de ser elegidos, a quienes acaban de pronunciarse. Como si la responsabilidad que se otorga al representante se trasladara de nuevo al representado, en un bucle de incapacidad y desasosiego. La soberanía popular que se expresa en las urnas tiene algo algo de ritual laico, de palabra sagrada -aunque se manifieste con números- de un cuerpo electoral de millones de personas. A muchos aún nos alcanza la memoria de aquel “habla pueblo habla” de las primeras elecciones democráticas en España hace no tanto, y después de tanto tiempo de silencio. La moderación, la mesura, la templanza -el justo medio que perseguían los ilustrados- debieran orientarnos hacia un acuerdo, una salida que impida prolongar el círculo nada virtuoso en el que nos instalamos a finales de 2015 y que nos lleva a seguir en un país “en funciones”. Mi modesto entender, ahora como representado de a pie, es que los resultados de abril y los de mayo indicaron claramente un Gobierno posible y necesario. El mismo que ya había iniciado una gestión solvente y, a la luz de los resultados, respaldada mayoritariamente.

Como no quisiera ser derrotista, y mucho menos melancólico, en este comienzo de curso, creo que en la formación de gobiernos locales y regionales, o en la conformación de una nueva gobernanza europea para cinco años, hay signos de la buena salud de nuestras instituciones y de la capacidad única de la democracia de reflejar cabalmente lo que somos, y sobre todo, lo que queremos ser. Así que, frente a la incertidumbre de esta próxima semana o meses, barajamos la certeza de reiniciar nuestras tareas habituales o emprender otras nuevas, movidos casi seguro por ese empeño tan humano e insistente de procurar merecernos lo mejor. Sobre todo en estos días, mientras observo llenarse colegios e institutos de quienes tanto nos miran, pienso en que esta luz tibia y amable de septiembre debiera inspirarnos esa fuerza tenaz de la costumbre para que por esta vez no nos haga caer de nuevo en la misma piedra. Ni repetir el mismo curso.

PS: la vuelta a la ciudad nos ofrece la ocasión de abrir una agenda cultural cada vez más viva. Para este septiembre me permito recomendar a los lectores de este diario la exposición La aventura de imprimir la belleza, Sala de la Provincia, en la Gran Vía y hasta el 28 de septiembre. Confluyen en ella la generosa creación y colección de Pablo Sycet para la Fundación Olontia y su trabajo, junto al director de la revista de literatura ConDados de Niebla, Juan Cobos Wilkins, para recordarnos que al verdadero arte se vuelve siempre y se disfruta como la primera vez. Hace treinta y cinco años.

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