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Francisco Silvera: Pájaros urbanos

  • Aunque cuando nos tiene acostumbrados a todo fuego de artificio, ahora da una vuelta de tuerca

  • Respecto al estilo habría que reseñar que es más claro que en otras obras del autor

Francisco Silvera en una de las charlas de tardes con las Letras con Juan Villa.

Francisco Silvera en una de las charlas de tardes con las Letras con Juan Villa. / JOSUÉ CORREA

La cosa de los géneros y subgéneros en la narrativa no deja de ser algo bastante peliagudo, o gratuito más bien; artificial, como toda frontera. Aparece El mar de octubre en la serie negra de la editorial Akal. Bueno, dejémoslo ahí; la verdad es que la historia es muy negra, negrísima, pero no sé si responde a los cánones del género, aunque al fin y al cabo tampoco es un asunto que deba inquietar.

Aunque nos tiene Francisco Silvera acostumbrados a sus lectores fieles a todo fuego de artificio formal en sus relatos, tanto de estilo como de arquitectura, creo que en este caso ha dado una vuelta de tuerca consiguiendo que la presentación caótica de la trama se ajuste como un guante al laberinto de pasiones del argumento. Una narración anárquica y descuartizada como los cadáveres que se desangran por sus páginas.

Respecto al estilo habría que reseñar que es más claro que en otras obras del autor; la novela se lee con fluidez, debido también a la brevedad y concisión de los capítulos, muchos de ellos de una sola página o poco más. De todas maneras sigue asomándose por aquí y por allí el escritor esmerado y buscón, en el buen sentido, de siempre; aunque más mesurado en sus alardes léxicos y sintácticos, no deja de aparecer su impronta: helor, reverbero, fulge, aviejado, despaciosa, hiemal -que la he tenido que buscar en el diccionario-… o su tan querido uso de los pronombres enclíticos: poníale.

El doctor en Filosofía y profesor Francisco Silvera debuta con el milenio como literato, en el año dos mil publica Las apoteosis, donde ya apunta maneras, libro de difícil clasificación como lo serán la mayoría de los posteriores, doce en total desde El libro de las taxidermias, de dos mil dos, a Las criaturas, de dos mil diecinueve, pasando por Libro de los silencios, de dos mil dieciocho, por el que recibe el premio de la crítica andaluza. Aparte de los libros, a Silvera lo podemos ver en diversos blogs, revistas y antologías de relatos y microrrelatos y es autor o coautor de ensayos fundamentales sobre la obra de Juan Ramón Jiménez; lo vemos también en la prensa diaria como articulista polémico y nada convencional; ha sido gestor cultural, director del Festival de Internacional de Música Clásica de Ayamonte, director de la oficina de coordinación del trienio Zenobia-JRJ, asesor musical y literario en diversas instituciones, conferenciante de temas educativos, codirector de los cuarenta y nueve tomos de la obra completa de JRJ, antólogo del poeta granadino Antonio Carvajal… y, para que quepa cabalmente el denominación de hombre orquesta, también es músico, guitarrista, en un grupo de rock.

Leemos en la página treinta y tres la frase “los pájaros urbanos pelean por las migas en las aceras”, que muy bien podría ser la tesis de la novela o por lo menos la imagen del mundo descrito, un puñado de seres de diversa perversidad, una perversidad en muchos casos ciega y gratuita, “una guerra de todos contra todos sin solución aparente”.

Los hay desde los malos por gusto a los desesperanzados, a los determinados totalmente por el medio, o por la mala suerte, sin redención posible. Bien se podría haber titulado la novela como aquella alucinante película que dirigió en 1932 Tod Browning -hoy censurada y olvidada víctima de lo políticamente correcto- Freaks o La parada de los monstruos. Seres para todos los gustos se pasean por sus páginas, sin sentido, sin esperanza, alineados en una parada que no sabemos muy bien quién ha montado, seres que se nos van definiendo por sus hechos y sus palabras, como nos mandó hacer Cervantes, a partir de ágiles diálogos con sus marcas de jerga que sitúa a cada cual en su sitio.

Aunque donde más brilla su prosa, pienso, es en las descripciones, tan deudoras del lirismo como de la exactitud, quizás uno de los rasgos más característicos de la prosa de Silvera, rasgo, entre otros, que elevan esta novela a ese rango en el que la pertenencia o no a este género o a aquel importa más bien poco.

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