
La esquina
José Aguilar
Más sobre Leire y los otros
Postrimerías
Sólo a los necios o a los vanidosos, calificativos que en la práctica vienen a ser sinónimos, les halaga verse como miembros de una élite distinguida que suscita la animadversión o el resentimiento del populacho. Hay por fortuna personas excepcionales que destacan por encima del resto, pero incluso las realmente valiosas -que no son casi nunca las que se complacen en pregonarlo- pueden resultar desagradables cuando se ponen estupendas. Los sabios de verdad -o al menos los que uno ha podido conocer, sea directamente o a través de los libros, donde los maestros nos hablan como en una conversación entre amigos- son por lo general gente afable y de maneras sencillas, nada proclive al engolamiento o la fatuidad que tanto en la vida como en la literatura convierten a los presuntuosos en pelmazos indeseables.
Hay por otro lado, sin que nada en la actitud de los aludidos justifique la suspicacia, quienes ven a elitistas por todas partes, individuos obtusos y acomplejados para los que cualquier gusto poco común es un síntoma de exquisitez culpable o tal vez de impostura. Se reclaman orgullosamente normales, como si la normalidad fuera una virtud, pero los más desabridos vienen a ser discípulos inconscientes aunque no literales de aquellos fanáticos que liquidaban a todos los que supieran leer o simplemente llevaran gafas, potenciales seres pensantes y por lo tanto traidores a la causa de los cerebros planos. Tan ridículo es autoproclamarse parte de una selecta minoría -a algunos cráneos privilegiados sólo les falta hacérselo imprimir en las tarjetas de visita- como acusar de elitismo a todo aquel que se aparte de la manada.
La poesía, ciertas formas de arte, las ciencias o cualquier disciplina que exija dedicación, familiaridad y aprendizaje tienen un público más bien reducido o casi por definición minoritario, sin que ello permita calificar a sus cultivadores o a los que se interesan por esos campos de criaturas instaladas en el Olimpo e insensibles o desdeñosas de las predilecciones de la mayoría. No son terrenos vedados ni el trato con ellos implica -salvo para los que presumen de listos o para los que recelan de lo que ignoran- una diferencia relevante o incompatible con otras facetas o aficiones perfectamente ordinarias. Por hablar de lo que uno aprecia, la grata compañía de los antiguos o la curiosidad por la historia de las ideas no se oponen al trasiego de los vasos en una barra, el amor de las tardes demoradas o tantos otros placeres cotidianos que son centrales en nuestras vidas y no tienen nada de sofisticados.
También te puede interesar
La esquina
José Aguilar
Más sobre Leire y los otros
Postdata
Rafael Padilla
Los mingitorios de Puente
Notas al margen
David Fernández
Los líderes ya no comparten ni un café
La otra orilla
Mª Ángeles Pastor
Lavando verde
Lo último