
Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Vida bendecida
Postdata
Comprendo que no esté entre las principales preocupaciones de Adif. Bastante tiene Puente con las catenarias que se caen, la electricidad que desaparece, el robo de cobre o el deterioro de las vías. Pero sí puede llegar a ser un problema para el viajero. Desde hace unos años, ya no hay aseos públicos gratuitos en el hall de las grandes estaciones de tren. Imaginen la escena. Llegas con tiempo a la cita –o Renfe o la propia Adif te regalan horas de agobio– y, surgida una necesidad, tras buscar sin suerte el oportuno alivio, te topas con un rinconcito paradisíaco, lleno de verdor y dulces aromas, en el que, maldición, tienes que pagar para entrar. Un euro, un puñetero euro. No sirven dos, ni un billete, ni una tarjeta. Si lo tienes, enhorabuena. Si no lo tienes, comienza el rally por los comercios cercanos. Nadie da cambio. Mientras aumentan los sudores, entras en la tienda de recuerdos y compras lo más barato. Otro euro, paradójicamente de pésimo recuerdo. Regresas rápido al paraíso, depositas la moneda y, al fin, tienes acceso al inodoro. Como por ensalmo, surge una chica que te indica el lugar exacto. Ameniza la descarga el canto de pájaros, acaso como mensaje subliminal que te sugiere que aún no han muerto los canarios. Al salir, la misma chica te despide risueña y de inmediato se encarga de limpiar perfectísimamente el lugar.
Hay opiniones encontradas sobre esta privatización de las aguas mayores y menores. Para unos, en un país que exige en la calle lo púbico en todo, es terrible tener que pagar por algo a lo que deberíamos tener derecho. Fija, además, la desastrosa idea de que es aceptable que haya malos baños y que si los quieres íntimos e higiénicos tienes que preparar una monedita. Para otros, la proliferación de lo prémium forma parte de la estetización de la vida y de la autosegregación espacial de las élites, dos fenómenos actuales que sustentan el engañoso lujo de las clases medias. En el caso que nos ocupa, sirve también de puerta de entrada calculadamente idílica a las grandes urbes.
A mí, que en esto de los aprietos a los palacios subí y a las cabañas bajé, lo que en realidad me cabrea es que el 21% de la ganancia que producen mis detritus sea para mi Chiqui. Criaturita. Ganas tendría, y no saben cuántas, de entregárselo en especie y no en dinero.
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