Crónicas de otra Huelva

El invierno en Huelva. Desorganización en la beneficencia

Calle Rafael López de Huelva.

Calle Rafael López de Huelva. / M. G.

Al ilustre Doctor Onuba, cuyo talento puede remediar lo que indicamos.

Todos los años al llegar esta época se renueva en Huelva este mismo conflicto. Quedan centenares de obreros sin trabajo. Ni el Ayuntamiento ni nadie pueden hacer nada práctico en su favor y han de limitarse a facilitar algunas papeletas de socorro, de caridad. El Hospital no admite más enfermos. Duermen los pobres en la calle y todo el que tenga una mesa y un lecho, aunque sean humildes, ha de sentir cierto remordimiento por la parte de culpa que acaso le corresponda en esa triste desigualdad social.

-Pero en Madrid -se nos dice- la diferencia es mucho más horrible. Hay allí barrios enteros en que reina la miseria. ¡Y qué miseria! No es fácil imaginarla aquí en Huelva, donde todavía no sufrimos el contragolpe de la civilización.- El argumento, sin embargo, no puede convencernos a nosotros ni les convencerá a los pobres.

Como la piedad anda en estos tiempos bastante desacreditada y los sentimientos humanitarios muy en baja, será preciso invocar solamente razones de otro orden. Por ejemplo, la desorganización del trabajo y de la beneficencia y la mala administración de los intereses del municipio. Corrigiendo los defectos que están a la vista, Huelva no tendría todos los años el mismo problema. Apelemos, pues, a la fórmula e la época y vamos a organizar bien en Huelva y su provincia las obras públicas y la beneficencia.

Está, en primer término, el problema del hospital. Es ya clásico el conflicto que surge todos los inviernos cuando llega un enfermo grave a la puerta de nuestro Hospital Provincial y no se le puede dar cama (aun pariente nuestro le ha ocurrido). ¿Falta otro hospital?

No. Faltan asilos. Preguntad a quien está bien informado sobre el asunto y os dirá que durante el invierno se refugian en el hospital muchos menesterosos cuya enfermedad no es otra sino la pobreza, la pobreza, en definitiva.

Algunos que en comiendo, sanan; y otros, que, si llegan a estar realmente enfermos, de enfermedades graves, es por haber sufrido la intemperie y la escasez más de lo que le permitía su resistencia corporal.

Trasladando esa clase de enfermos a los asilos podría cumplir normalmente el hospital, aún en los inviernos más rigurosos. Lo único necesario, de toda necesidad, es un hospital de epidemias.

No lo hay en Huelva, cuando ya todas o casi todas las capitales de España han comprendido la conveniencia de prevenir esas situaciones excepcionales. Con el hospital que tenemos -bien dotado- con un nuevo asilo y con un hospitalito de epidemias, Huelva cumpliría el deber social de asistencia que hoy tiene harto descuidado.

Huelva es caritativa. A pesar de cuantas propagandas se intenten dará limosna en medio de la calle. Aún los más convencidos de que con ello se fomenta la vagancia, la explotación de los niños y la mendicidad por oficio, diremos: - ¡Por si acaso! - Y echamos mano al bolsillo. Luego, nosotros no podemos tener confianza en las organizaciones benéficas. Sabido es que no hay bastante con el asilo que hay; que el que hay no puede presentarse como modelo; que el régimen no se ajusta al carácter de nuestros pobres. Y, por último, sabemos también que ocurre con los asilos algo semejante a lo que ocurre con las cárceles. Están privados de toda relación social. Constituyen un mundo aparte.

Entrar en un asilo o en una casa cárcel es caer en un pozo. Salir de ellos es encontrarse solo, en un medio social extraño, tan abandonado y tan desorientado como si se cayera en las montañas de la luna.

Por eso Huelva a conciencia o por buenos sentimientos no se desprende del vicio de dar limosnas. Este rarísimo gesto democrático e individualista inspirador de nuestras costumbres, buenas y malas, practica a la antigua las obras de misericordia y solo ve la mano que le tiende y la voz que le implora.

Si tuviera confianza en la organización social -de cualquier orden- obedecería los consejos de las autoridades, entregaría la limosna a las instituciones encargadas de administrarla. Pero va a ser precisa una expiación de muchos años en pago de pasadas culpas.

La caridad particular sabe demasiado; tiene ya bastante experiencia. Todo el que haya pasado por las salas del Hospital Provincial, después de descansar los ojos -¡fuerte será quien no los sienta alguna vez arrasados en lágrimas por el espectáculo de tanto dolor!- en aquellas salas habrá querido ver antiguas donaciones de personas caritativas que aspiraron a dotar sus salas y a mejorar sus servicios. Pero ya hace años que parece que la tradición se interrumpe.

Imagen de 'El invierno en Huelva'. 11 de enero de 1922. Imagen de 'El invierno en Huelva'. 11 de enero de 1922.

Imagen de 'El invierno en Huelva'. 11 de enero de 1922. / M. G.

¿Qué camino ha seguido la caridad inagotable de los españoles, puesto que aquí ya no se puede hablar solamente de los huelvanos ni cabe suponer que cambien en poco tiempo los sentimientos de una raza? ¿Qué ha pasado? Se han creado sin duda instituciones separadas, independientes. Pero acaso lo más importante sea el divorcio de todo lo oficial; en suma, la desconfianza.

Volverá a recogerse en una administración firme y honrada el fruto de la caridad particular, porque se nota ya reacción en este sentido. Se organizará la beneficencia. Se llegará a separarla en absoluto del problema del trabajo porque nada hay más inmoral ni menos administrativo que dar jornales a título de limosna. Cuando ese caso llegue, Huelva, que no tiene las complicaciones interiores de las grandes ciudades, podrá ver con menos temor la llegada del invierno.

Blanqui-azul: La Provincia, 11 de enero de 1922.

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