El encanto del hiperlíder político
‘WAR ROOM’
La campaña electoral permanente que vive España agudiza el fenómeno del hiperliderazgo que se está produciendo en todas las sociedades y cuestiona el modelo de partido que conocemos
Huelva/El índice de aprobación de Barak Obama durante su mandato fue del 47 por ciento, inferior aún a uno de los líderes más impopulares de Estados Unidos, Richard Nixon. Paradójicamente, al minuto siguiente de dejar la presidencia en manos de Donald Trump, muchos estadounidenses tomaron conciencia de que había sido un buen líder. En la sociedad actual, los liderazgos son relativos, efímeros y dependen de los contextos y las coyunturas. En el siglo XXI, con el auge de los populismos y la extrema derecha, los liderazgos políticos han evolucionado hacia el hiperliderazgo, un tipo de líder egocéntrico, autoritario y obsesionado con la comunicación.
La América de Nixon era menos crítica y tenía mayor confianza hacia la figura del líder. Poco tiene que ver con la sociedad actual, en la que predomina lo efímero, lo volátil y sobreexposición mediática. Varios analistas definen esta era política como el ocaso global del liderazgo, y recordamos con nostalgia el liderazgo eficiente de Winston Churchill o el perfil más carismático y visionario de John F. Kennedy.
La incertidumbre y la inestabilidad influyen en los tipos de liderazgos que imperan en el momento. Hemant Kakkar y Niro Sivanathan, de la London Business School, son los autores de la investigación When the appeal of a dominant leader is greater than a prestige leader, según la cual, en entornos económicos inciertos, resulta más atractivo para la sociedad un líder dominante frente a líderes naturales que gozan de prestigio. Kakkar y Sivanathan sostienen que, ante la incertidumbre, “las personas prefieren un líder que esté seguro de sí mismo y sea determinante a la hora de lograr sus objetivos” en lugar de otro que “aunque respetado y admirado, está menos dispuesto a ser contundente”.
La investigación también ha puesto de manifiesto que el aumento del desempleo y la aparición de otras inestabilidades, como amenazas terroristas, son situaciones en las que los ciudadanos desean un líder dominante en detrimento de líderes que suelen ser apreciados, socialmente más aceptables e incluso considerados modelos a seguir.
Las figuras políticas están condicionadas por las transformaciones sociales y los cambios estructurales del siglo XXI. Surge en este siglo el hiperliderazgo como uno de los fenómenos de mayor trascendencia en el panorama político actual, aupado por el auge de los populismos y con la sagrada misión de mantener el sistema democrático.
La campaña electoral permanente que vive España agudiza en nuestro país el fenómeno del hiperliderazgo que se está produciendo en todas las sociedades, y que tiene como consecuencia el cuestionamiento del modelo tradicional de partido político que conocíamos hasta ahora. Según el experto en comunicación política Antoni Gutiérrez Rubí, “los ‘números uno’ de los partidos acumulan cada vez más poder y las direcciones de los partidos pierden influencia frente a los equipos de campaña, los asistentes y los entornos de los candidatos”.
Con el objetivo de precisar una definición detallada alrededor del concepto, Gutiérrez Rubí ha coordinado junto con el responsable del think tank de estudios internacional CIDOB, Pol Morillas, el informe Hiperliderazgos, en el que se analizan las figuras de Emmanuel Macron, Angela Merkel, Alexis Tsipras, Andrés Manuel López Obrador, Mauricio Macri, Shinzo Abe, Barack Obama y Donald Trump.
Las democracias estarían amenazadas por la aparición de los extremos y los populismos, según la visión que tienen los hiperlíderes, definidos en el estudio como responsables políticos que, sin cuestionar ni querer cambiar los pilares básicos de la democracia liberal, entienden que vivimos en una situación excepcional que requiere un extra de personalismo y carisma. Para ellos, la pasividad y la lentitud políticas actuales son un lastre para la democracia, así que buscan la acción, trabajan para conseguir éxitos rápidos, están siempre en guardia, agotando a sus equipos y forzándolos a una urgencia que no da tregua.
José María Lasalle y Jordi Quero realizan una semblanza de la figura del hiperlíder, al que definen como un “superhéroe democrático que quiere combatir a los villanos con eficacia, pero sin ser y sin convertirse en uno de ellos”. Por eso, “se aproxima a los métodos del cesarismo o el populismo, incorpora golpes de efectos demagógicos o autoritarios pero no rebasan nunca las líneas rojas”.
Tendencia a la simplificación
Según Lasalle y Quero, el hiperlider tiene cierta tendencia a la simplificación de los problemas políticos y sociales y, por tanto, no pretende explicarse sino comunicar bien. Transmite emociones, pero sin abusar de ellas, y la puesta en escena rodea siempre la espectacularidad de sus decisiones.
“Los hiperlíderes suelen estar encantados de serlo y disfrutan de la liturgia asociada al poder. El liderazgo no se ejerce de manera discreta y mucho menos desde la sombra: el poder se vive y así se muestra cada vez que hay oportunidad. Toman prioridad los asuntos en la agenda que son fácilmente traducibles en victorias comunicativas y performances de gran impacto”, remarcan.
Este gusto por la estética del poder es un rasgo muy marcado en Enmanuel Macron. Este caso, según Jordi Quero, define el fenómeno del hiperlíder porque se presenta a sí mismo como la única alternativa frente a la amenaza de la extrema derecha y la incapacidad de los partidos tradicionales para hacerle frente. “Su enorme personalismo y la tecnocratización del poder construyen una marca personal anclada en la idea de que él sí está tomando decisiones y asumiendo responsabilidades”.
Cuando el político se convierte en una marca, la comunicación es entendida, como mínimo, igual de importante que la acción política, dando lugar a grandes actos públicos, conmemoraciones, discursos y recepciones a mandatarios extranjeros para dar una imagen de responsabilidad y centralidad ante el mundo.
El estudio Hiperliderazgos pone el acento en la “excepcionalidad” del fenómeno para salvaguardar el sistema de amenazas, pero advierte que “sólo es tolerable mientras dure el peligro”. De lo contrario, “el plus de liderazgo sería un acto reflejo en los políticos que los aproxima a aquellos que pretenden sustituir”, corriéndose el riesgo de que deriven en populismos.
“El liderazgo es una virtud, el hiperliderazgo un problema”, concluye Gutiérrez Rubí.
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