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Pepe Pérez-Muelas: “Todo viaje que hacemos empieza antes en un libro, o en una biblioteca”

  • El autor publica ‘Homo viator’, un emocionante catálogo de viajeros que se lanzaron a recorrer mundo o que soñaron con algún rincón del planeta, una fiesta de la palabra y la imaginación

  • Un mundo poshumano

  • Noviembre de premios en Francia

Pepe Pérez-Muelas, fotografiado hace unas semanas en Sevilla.

Pepe Pérez-Muelas, fotografiado hace unas semanas en Sevilla. / Antonio Pizarro

El tiempo no ha dejado pruebas que confirmen si Urbano Monti, un cartógrafo milanés del siglo XVI que perfiló un ambicioso planisferio de sesenta tablas, fue testigo en persona de alguna de las maravillas que plasmó en su obra o simplemente ilustró con una precisión sobrecogedora los prodigios que describían los comerciantes que hacían escala en su tierra. Monti es una de las figuras que invoca Pepe Pérez-Muelas (Lorca, 1989) en Homo viator (Siruela), un catálogo de viajeros que se lanzaron a una expedición temeraria o que soñaron algún rincón improbable del mundo.

Pérez-Muelas, que ejerce de profesor de Literatura en Sevilla, también señalaba de niño las promesas que escondían los mapamundis, de ahí que Homo viator, su primer libro, contenga la enjundia y la emoción de las obras fraguadas durante largo tiempo. El autor conversará con Eduardo Martínez de Pisón el martes, a las 19:30, en la Biblioteca Infanta Elena de Sevilla, una charla titulada Geografia y viajes: de lo imaginario y lo real y organizada por el Centro Andaluz de las Letras.

–Los viajes, dice, son la “mejor referencia” de su educación, considera también el mundo antiguo como su “patria sentimental” y habla de Richard Burton, el explorador, como un “viejo amigo”. Homo viator es, en cierto modo, un inventario de afectos.

–Sí. Las lecturas de viajes han sido las que me han formado, desde niño. No siempre fui un buen lector, no fue un flechazo lo de los libros conmigo, más bien mi madre me obligaba. Fue a partir del instituto, a partir de los 14 o 15 años, que descubrí que en la literatura tenía un arma, o un refugio en el que me podía resguardar, contra la soledad, el dolor, la tristeza, que en esas páginas podía encontrar alegría y amigos. Y, dentro de aquello, estaba la literatura de viajes. Conocí a Richard Burton y a tantos otros viajeros. Fue como si encontrara a unos hermanos, los sentía cerca. Pensé que esta gente tenía las mismas preocupaciones que yo, los mismos anhelos. Con ellos empecé este vicio, esta pasión de los viajes y del mundo clásico, que para mí son ámbitos que están unidos. Uno de los primeros textos clásicos que devoré fue la Anábasis de Jenofonte, que leí antes que la Ilíada y la Odisea y al que llegué por recomendación de una profesora. La Anábasis narra un viaje con toda la crudeza de la guerra, pero también habla del valor de la amistad.

"Troya sigue ardiendo hoy, pero ya no caemos en la vergüenza de culpar a una mujer de todo"

–En el prólogo apunta una idea que desarrolla en otros capítulos: que cuando no ha podido viajar los libros le han permitido desplazarse con la imaginación. Y con los testimonios de otros ha accedido a destinos que hoy están vetados.

–El mundo no es un lugar abierto que poder disfrutar. Los que vivimos en esta zona del planeta, llamémosle España, Europa, Occidente, y en una democracia, somos unos privilegiados que podemos movernos con libertad. Pero ahí viene el choque, porque cuando viajas a determinados sitios, como a mí me ocurrió con la India, el capítulo con el que empiezo, te das cuenta de la miseria que hay y sigues tu trayecto como si nada, en un ejercicio de hipocresía, haciendo fotografías a monumentos...

–Hoy viajamos con la presión de subir alguna imagen a Instagram, pero usted decidió no usar la cámara en las grutas de Shiva, en la India, y guardar en la memoria ese momento.

–Además era el final de mi viaje, pero sin embargo era lo primero que yo había leído de la India, gracias a los poemas de Octavio Paz y algunos artículos que había escrito. Aquello era tan impresionante que me pareció una falta de respeto hacer fotos, decidí conservar lo que sentía entonces para mí. Porque viajar es respetar unas costumbres, cumplir unos ritos aunque no entiendas del todo lo que ves.

Pepe Pérez-Muelas. Pepe Pérez-Muelas.

Pepe Pérez-Muelas. / Antonio Pizarro

–La espiritualidad está muy presente en el libro. Define la religión como “una de las formas más insistentes de viajar”.

–El viaje como ocio, en realidad, no lleva tanto tiempo. Antes, cuando alguien se desplazaba, lo hacía por motivos militares o por una guerra. Eneas, por ejemplo, es el primer refugiado célebre que tiene la Historia. Y por religión: los griegos viajaban mucho por este motivo, a enclaves como Delfos o Eleusis. La religión movía al mundo antes y lo sigue moviendo ahora. Basta ver las imágenes multitudinarias del Camino de Santiago, o la peregrinación al Rocío. Pero aquí, como ocurre con el turismo, todo se ha descontrolado. El Camino de Santiago, esa vía espiritual que lleva abierta en Europa por lo menos mil años, empieza a adoptar los vicios de esta contemporaneidad, que lo convierte todo en banal. Esta democratización del viaje provoca que los lugares pierdan su esencia, que pierdan su sentido. Los últimos kilómetros del Camino, los que van desde Sarria, están tomados por excursiones organizadas.

–El libro está plagado de mentirosos: Marco Polo, los que aseguraban que habían llegado al Polo Norte y no lo habían hecho o el mencionado Richard Burton tuvieron una imaginación generosa...

–En ese aspecto, otro mentiroso es Cristóbal Colón. Cuando escribe a Isabel la Católica, en cartas que son la primera muestra de literatura latinoamericana, le cuenta a la reina algo que no ha visto: que está todo lleno de oro, lleno de perlas, que son tierras muy ricas, cuando llegó a una zona más pobre que hoy sería las Bahamas o Jamaica. Todas las crónicas de viajes trascienden lo literal, tienen algo de literatura, incluso de forma inconsciente: muchos escritores no distinguen lo que les ocurrió realmente de lo que les habría gustado que ocurriese. Y la percepción y la memoria nunca son exactas. Seguro que la ciudad que describe Alberti en Roma, peligro para caminantes no se corresponde con lo vivido exactamente por el poeta.

Homo viator se adentra también en toda la mitología que rodea a la montaña.

–La montaña es una espina que yo tengo clavada como viajero, y aquí he saldado esa deuda como escritor, ya que la vida real no me lo ha permitido. A mí me apasiona ese paisaje, me encantaría subir un ochomil, ir al Everest. Intenté dos veces viajar a Nepal y no pude, primero por el terremoto que sacudió la zona cuando yo estaba en la India y después por el Covid. En realidad, la montaña me gusta en un plano teórico, porque a la hora de la verdad no estaría preparado para un desafío semejante, tremendamente duro. Hoy vemos el Everest devorado por la basura y la gente, pero creo que la montaña es el último reducto donde el hombre puede sentir paz y soledad. Cada vez menos, pero tiene algo sagrado.

"El Camino de Santiago está tomando los vicios del peor turismo, el que lo convierte todo en banal”

–Mark Twain escribió una Guía para viajeros inocentes, una definición que hoy suena poco probable.

–Hay ironía en ese título, porque cuando llega a Alejandría describe con dureza a los niños que le piden dinero. Eso revela que Egipto, en el siglo XIX, ya era un lugar muy visitado, porque los niños ya sabían a quién tenían que acercarse. Twain hizo un viaje por Europa, y carga contra los franceses, a los que detesta, con los italianos le sucede lo mismo... Pero la de Twain es la primera mirada inteligente que cuestiona la masificación que viviría el turismo mucho tiempo después.

–Usted cuenta cómo la fascinación por Egipto llega a tal límite que se venden momias en las tiendas a bajo precio...

–Sí, en los mercados de El Cairo pero también en las tiendas de Londres. Esto se da porque el mundo redescubre Egipto gracias a Napoleón, después gracias a Inglaterra, y su civilización entra en las universidades y las bibliotecas y entonces no hay vuelta atrás. Todos los viajes arrancan con un libro, en una biblioteca, y culminan con el desplazamiento, y con Egipto ocurrió eso. Ya no se venden momias por la sencilla razón de que es ilegal, pero no porque sea inmoral. Cuando vas a Fátima o a Lourdes te encuentras a gente rellenando botellas con el rostro de la Virgen, y luego las hacen pasar por agua bendita.

Un mapa del mundo diseñado por Urbano Monti, uno de los personajes que asoman por las páginas de ‘Homo viator’. Un mapa del mundo diseñado por Urbano Monti, uno de los personajes que asoman por las páginas de ‘Homo viator’.

Un mapa del mundo diseñado por Urbano Monti, uno de los personajes que asoman por las páginas de ‘Homo viator’. / D. S.

–Sostiene que el mundo no ha cambiado mucho desde Troya.

–Desgraciadamente lo seguimos viendo hoy, con Ucrania y con Gaza. Afortunadamente, ahora, por lo menos no caemos en la vergüenza de decir que la culpa es de una mujer, como sucedía en Troya. La condición humana no ha variado en nada. Hay Aquiles despiadados que están dispuestos a morir y a hacer daño con tal de pasar a la posteridad, y sigue habiendo también gente como Héctor, para mí el verdadero héroe de la Ilíada, o gobernantes como Agamenón, que no se manchan las manos pero que mandan a los jóvenes a morir... Y por desgracia sigue habiendo mujeres que sufren todo el horror de las guerras, que son violadas. Desgraciadamente Troya continúa ardiendo, aunque no sé si hay tantos Homeros dispuestos a cantar sobre su tiempo de forma tan magistral.

–“Hay algo de las Cruzadas que me atrae”, asegura en Homo Viator. “En unos siglos en los que los hombres nacían y morían sin haber atravesado el bosque más cercano, las Cruzadas supusieron también un viaje apasionante”.

–Eso me ha intrigado siempre de las Cruzadas, más allá de temas esotéricos, del asunto de los templarios que cautiva a otros. A un campesino francés del siglo XII o XIII, ¿qué le hacía dejarlo todo para irse a Jerusalén? Ahí está el viaje, la aventura, el abandonar un hogar en busca de un sueño que se reveló sangriento. Yo aquí sigo a Amin Maalouf a pies juntillas. Con las Cruzadas, Occidente redescubre una parte poderosa y culta de Oriente que intenta destruir. Los occidentales se olvidarán de ello, pero a Oriente le quedará el resentimiento de esos hombres que vinieron a matarlos, quedará abierta la herida de la violencia que sufrieron.

"Todas las crónicas de viajes trascienden lo literal, tienen algo de literatura, incluso de forma inconsciente"

–No entiende que el síndrome de Stendhal surgiera en “la iglesia más prescindible de Florencia”, la Santa Croce.

–Si hubiese estado en Oslo, esa iglesia sería una visita obligada, pero en Florencia, una ciudad inigualable por los templos que tiene, ese impacto que sufrió Stendhal resulta incomprensible. Él, además, se encuentra con una fachada diferente a la de hoy, puro ladrillo, estuco y poco más. Y el interior es un pastiche disparatado...

–Le gusta comparar la expedición del Apolo XI que llevó a su tripulación a la Luna con la travesía de Colón y sus hombres.

–Para nosotros, la mayor hazaña que ha realizado el hombre es la llegada a la Luna. Pero me parece más complicada, con los conocimientos que se tenían en la época, la empresa que llevó a cabo Colón con la conquista de América. Sí, de acuerdo, tú piensas en los ordenadores que tenían en los 60 y te llevas las manos a la cabeza, pero el descubrimiento de América fue una hazaña asombrosa, llena de preguntas. En el libro hablo de Diego Pérez, un pintor que embarcó en la Santa María, e imagino que tendría deudas de juego o habría cometido algún delito para meterse en esa expedición tan arriesgada, en la que ponían rumbo a lo desconocido. Se requería mucho valor o mucha inconsciencia para algo así.

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