Semana Santa

El valor de la auténtica tradición cofradiera: La procesión del Paso en Ayamonte y Huelva

  • Las décadas finales del siglo XIX  fueron clave para Huelva porque es cuando abandona las formas antiguas de la celebración de la Semana Mayor

Antigua procesión del Nazareno en Huelva.

Antigua procesión del Nazareno en Huelva. / Máter Dolorosa

El 20 de abril de 1889 el periódico onubense La Provincia publicaba una ilustrativa crónica redactada el día anterior, Viernes Santo, en la ciudad de Ayamonte. Su interés estriba en que permite arrojar luz sobre un momento clave en la evolución de la Semana Santa onubense: las décadas finales del siglo XIX. Un tiempo en el que en Huelva capital se va fraguando el abandono de las antiguas formas de la celebración pasionista para abrazar un modelo procesional más convencional y uniforme, mientras que en los pueblos las cofradías se aferran aún a sus ancestrales tradiciones cofrades. Entre otras cosas, la citada crónica da fe de la desaparición en la capital de una de estas antiguas tradiciones, el Sermón del Paso, mientras que constata aún su plena vigencia en aquel momento en Ayamonte. Este desfase no es un hecho intrascendente; en mi opinión se halla en la base de las notables diferencias que observamos hoy al comparar las procesiones de las hermandades que lo celebraban: la del Nazareno de Huelva y la de Padre Jesús de Ayamonte.

Tan importante debía de ser este ritual que nuestro anónimo cronista de 1889 se refiere a la cofradía ayamontina como La Procesión del Paso, señalando la predilección que sienten todos los vecinos del pueblo por aquella ceremonia, la cual, una vez contemplada, le parece “en un todo análoga a la que se celebraba en [Huelva] hace algunos años”. Varios autores han analizado ya con acierto las características y el interés etnográfico de esta celebración en la capital onubense –remitimos para mayor conocimiento a los documentados trabajos de Eduardo Sugrañes y J. M. Arroyo de los Reyes–, coligiéndose que la ceremonia de Huelva registró ya discontinuidades en las décadas de los 60 y 70 del siglo XIX como consecuencia de las prohibiciones de que fue objeto a causa de los comportamientos poco devotos que la rodeaban. Cuando escribe nuestro cronista hace ya más de una década que no se celebra en Huelva, pudiéndose fechar su desaparición definitiva en torno a 1876.

Apuntemos brevemente algunos de los motivos más directos de esta desaparición. Ciertamente, el más inmediato fue la deriva en que había caído el antiguo ceremonial, arrastrado por el inadecuado comportamiento de algunos de los asistentes, a los que la nocturnidad ofrecía no pocas oportunidades para la embriaguez, conduciendo todo ello a la merma de la unción sagrada y del ambiente religioso del acto. Sin embargo, conviene no olvidar que el Sermón del Paso formaba parte de un ritual pasionista muy antiguo, y que sus vetustas formas de celebración no satisfacían ya los gustos estéticos de las poblaciones urbanas. Muchos historiadores coinciden en marcar el tránsito entre la pequeña Huelva pueblerina de los siglos anteriores y la ciudad en ciernes justamente en estos principios del último cuarto del siglo XIX, cuando el pequeño pueblo agrícola y pesquero recibe el impulso de la implantación de las compañías mineras y ve nacer en su solar las modernas instalaciones industriales que transformarían sus modos de vida. Todo ello, con el consiguiente incremento demográfico y la ruptura del ancestral aislamiento gracias a la instalación de líneas ferroviarias.

Imagen retrospectiva de Padre Jesús de Ayamonte. Imagen retrospectiva de Padre Jesús de Ayamonte.

Imagen retrospectiva de Padre Jesús de Ayamonte. / S. C.

Es más que probable que ya para entonces muchas de las viejas tradiciones cofradieras empezaran a verse como antiguallas pueblerinas, costumbres a desechar en favor de otras consideradas más propias de la “urbanidad” y la “buena educación” de quienes se sentían ya habitantes de ciudad. Y para rematar el proceso, la creciente influencia de Sevilla y de su refinada Semana Santa: desde la apertura del ferrocarril con la ciudad del Guadalquivir todos los años se fletan numerosos trenes para la actividad de moda entre la buena sociedad onubense: pasar la Semana Santa y la Feria en Sevilla. Aunque a partir de aquí la procesión del Nazareno volvió a salir algunos años en Huelva, ya lo hizo prescindiendo de todo el aparato escénico del Sermón, indicando la prensa de la época que la cofradía ya no se llamaría “del Paso”, sino “del Silencio o de la Amargura”.

Algo muy diferente ocurría en 1889 en Ayamonte, como testimonia nuestro cronista. Lo primero que hay que hacer notar es su indicación –en un artículo previo– de que para llegar hasta el pueblo fronterizo había tenido que sufrir un viaje de “siete mortales horas”, capaces de poner a prueba “la más cachazuda de las paciencias”. No perdamos de vista estas dificultades viajeras, pues probablemente contribuyeron en gran medida a la conservación del ritual que por esos tiempos ya se había perdido irremisiblemente en Huelva. De hecho, nuestro personaje acude a Ayamonte atraído por el “carácter peculiarísimo” que atesoran las celebraciones de su Semana Santa, tanto en sus costumbres, como en sus sermones y atuendos procesionales. Y a continuación relata con cierto detalle “la ceremonia que verdaderamente entusiasma a los ayamontinos”, la “procesión del Paso”.

Obviando otros momentos del itinerario procesional, el cronista pone el foco en la concentración de fieles que se produce a las cinco de la mañana en la plaza de la Laguna para presenciar el sermón que por su ubicación muchos llaman el “Sermón de la Laguna”. Allí, “el sacerdote, colocado en uno de los balcones de los edificios que rodean la plaza, pinta con vivos colores la escena de la Pasión”, hasta que el relato llega al pasaje de la calle de la Amargura. Entonces confluyen en la plaza cuatro pasos: el Nazareno, La Dolorosa, La Verónica y San Juan, procediéndose a representar “a lo vivo” –es decir, escénicamente– el resto del drama sagrado, en medio del “religioso silencio de los oyentes que con verdadero fervor sienten las angustias del Dios hombre”. El siguiente pasaje, seguramente también en la plaza, es el anuncio mediante trompetas de que se va a pronunciar la sentencia de Cristo, el “pregón de Pilatos condenando al Justo”, tras el cual, “la efigie del Nazareno emprende el camino del Calvario”.

Según prosigue nuestro cronista, los primeros rayos de sol iluminan el rostro amoratado de Jesús aproximadamente cuando el paso escenifica las Tres Caídas. En cada una de ellas la multitud se arrodilla reverente, produciendo un espectáculo hermoso a los ojos del periodista, que observa complacido la conservación de tan antiguas costumbres. Otros aspectos resalta en la celebración, extensibles también a los demás días del Triduo Sacro, como son el sonido penetrante de la matraca, en sustitución de las campanas, ausentes por la muerte de Cristo, o el de “roncas trompetas” y “tradicionales saetas que nos recuerdan en versos, bien o mal medidos, los sufrimientos de Nuestro Señor Jesucristo”. Y tampoco pasa por alto la conservación en Ayamonte de un antiguo atuendo penitencial que se distingue por las simuladas coronas de espinas en las cabezas de los participantes. Si bien este detalle le había despertado grandes expectativas antes de conocerlo, una vez contemplado en la realidad le resulta “costumbre bastante censurable (…), chocante y del peor gusto”, pues dichas coronas le parecen fabricadas con simples “raíces de esparragueras”.

Y puesto a censurar, tampoco le parece edificante la rifa o puja que tiene lugar al regreso de la procesión, pues en ella –según apunta– se dicen “mil barbaridades sancionadas por la costumbre”, sirviendo la ocasión como “pretexto para consumir el alcohol”. El cronista sabe que son precisamente estas actitudes las que han ocasionado o al menos justificado la prohibición del ritual del Paso en otras poblaciones, pero, a su juicio, el borrón de estas pujas no justificaría la censura de la ceremonia ayamontina, en la que valora especialmente el “gran fervor religioso de los que asisten al Sermón de la Laguna”.

Como decíamos al principio, esta breve crónica del histórico diario La Provincia tiene el valor de ofrecernos la radiografía de un momento clave. La pérdida del Sermón del Paso en Huelva es hija de las circunstancias de su tiempo, como lo es en Ayamonte, por las razones explicadas, la conservación hasta nuestros días, si no la de la propia ceremonia, sí la de algunos de sus elementos originales, que son precisamente los que otorgan valor genuino a la procesión actual.

Cerremos estas líneas con una nueva reflexión, cuya investigación hemos de dejar para mejor ocasión: el Sermón del Paso era una ceremonia habitual en casi todos los lugares –invitamos, por cierto, a presenciar como ejemplo el interesantísimo ritual conservado en Marchena–; pero ¿qué ha quedado de esta ceremonia en nuestra provincia? Salvo en Moguer, donde se recuperó parcialmente en los años 50, solo restos deslavazados dan testimonio de su existencia antigua en otros pueblos. La Reverencia de Cartaya o el perdido canto de la Sentencia en Lepe son algunos de ellos. Como testigos de nuestras más auténticas tradiciones cofrades, merecen sin duda estudio y protección.

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