La verdad de Melilla

El frío relato sigue siendo el mismo, y a él se agarran el ministro Marlasca y su jefe de Gobierno

13 de noviembre 2022 - 01:33

Mientras escribo este artículo, el ministro Marlaska aguanta aún en su puesto. Hace más de cuatro meses de la tragedia de Melilla y la versión oficial no se ha movido un ápice, a pesar de las denuncias de las ONGs, de la responsabilidad señalada por los medios internacionales o de la presión parlamentaria. No importa la evidencia de las imágenes, ni los resultados de la investigación sobre el terreno, ni el testimonio de los implicados. No importa el número de muertos, que varía según quien haga el recuento, como si los cuerpos no existieran. El frío relato sigue siendo el mismo, y a él se agarran Marlasca y su jefe de gobierno porque en realidad es lo único que interesa: no lo que ha sucedido, sino lo que se cuenta.

Interpela y asusta esta disolución de lo real. Estamos, dicen, en el mundo de la posverdad y las palabras ya no tienen que responder a los hechos, como pretendiera un Aristóteles pasado de moda, sino a las emociones y creencias personales. No es lo mismo que armar una mentira, es mucho más perverso: los sucesos acaban convirtiéndose en interpretaciones y no hay forma de jerarquizarlas, todas valen lo mismo. Cualquier interés puede dar paso a un discurso válido siempre que sea transmitido por altavoces lo suficientemente potentes. Hay muchos ejemplos en la historia reciente: las armas de destrucción masiva de Irán, las cifras que se manejaron en la campaña del Brexit, o esos políticos de cualquier rango que enarbolan doctrinas en fulminante negación con sus actos. La verdad, por tanto, termina siendo aquello que yo quiero que sea verdad: la de los míos, la que me reconforta, la que conviene.

Entonces, si no podemos apelar al control objetivo ni a la crítica subjetiva, ¿a qué podemos agarrarnos? Y sólo se me ocurre una respuesta: sentir con el otro, con los otros. No solo pensar, mucho menos interpretar, sino sentir. Con las víctimas de las guerras, con las mujeres que ven cercenados sus derechos, con las familias de los muertos aplastados junto a una valla, da igual en qué territorio, porque esos muertos son también mis muertos. Dejar que la vida al rojo vivo, con su carga de dolor y de esperanza, taladre y agrande mi percepción de la realidad. Ensanchar mi círculo, proclamar la alteridad como criterio. Los muertos de Melilla, si no cuentan para llegar a una verdad inexistente, sí deben desterrar la indiferencia. En esa frontera es donde acaba la patria de los seres humanos.

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