En el chiringuito, sirviéndote la cerveza helada, o en la cocina de la pizzería a la que fuiste anoche; en el hotel donde pasas tus vacaciones, o en el cámping, y, por supuesto, en el festival de música, el que sea, que sirvió de excusa para pasar una buena noche entre amigos; en la radio que escuchas, en el aeropuerto o hasta en el centro de salud. En todos estos lugares, a cada paso, hay gente precaria, con una vida entre paréntesis, tan precaria como el contrato de trabajo que firmaron.

Algunos de ellos ni siquiera lo saben. Son mis hijos, mis sobrinos, los hijos de mis vecinos, sus amigos… Chavales de 19, de 21, de 24, que encuentran sus primeros trabajos y se conforman con bastante poco. Buscan algo de dinero antes de empezar el curso, o antes de buscar trabajo en serio, o antes del próximo contrato también precario. Lo que les toque (de elegir ni hablamos) es para ellos una cuestión de suerte, no de derechos. Y si a alguien se le ocurre plantear una movilización porque se les paga en negro o faltan medidas de seguridad, se encuentra con que su derecho a la huelga, justamente a causa de la precariedad, entra en conflicto con el derecho de los demás a ser trabajadores precarios. Las migajas hay que repartirlas. El juez que autorizó la contratación de otros trabajadores para sustituir a los huelguistas del Sónar de Barcelona no lo dijo así, pero fue lo que hizo.

El final del verano en ciernes no cambiará las circunstancias de estos cientos de miles de trabajadores, sin dignidad de tales: muchos empalmarán el contrato troceado de las vacaciones con otro de explotación similar en septiembre. Otros no tendrán ni siquiera esa posibilidad. En esta columna colectiva procuramos siempre plantear una alternativa, una mirada desde la otra orilla, una puerta abierta a la esperanza. Pero no siempre se puede. Sobre todo cuando no hay voluntad. Porque con la precariedad no quieren acabar ni los empresarios, que miran intereses y ganancias, ni el Gobierno, que tiene otras prioridades si es que llega a ser Gobierno, ni a veces los propios trabajadores, que piensan que esto es lo que hay, y mejor que lo haya. No, no siempre se puede. Pero sí se debe hacer frente a la verdad, y saber que para que tus merecidas vacaciones sean un recuerdo imborrable, los derechos laborales de otros son pasto del olvido. Precariedad y verano siguen siendo sinónimos. Si lo sabes tú es desesperante, si lo sabemos muchos se puede vislumbrar un cambio.

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