Una semana dura para los opositores. Después de un año sacrificándose para optar a una plaza pública en el sector de la Educación, ha llegado el momento de celebrarlo o de pensar en volver a intentarlo. Los que han tenido suerte sonríen, respiran tranquilos y disfrutan del momento dulce que regala el saber que, posiblemente, tendrán trabajo para el resto de su vida.

Estos días yo he vivido las dos caras de la moneda. Mi hermano, maestro de vocación, después de habérselo currado como nadie ha obtenido un suspenso que no esperaba. "Solo queda reponerse y volver a intentarlo. La próxima vez, tendré mi plaza", decía seguro de que, tarde o temprano, llegaría a su meta obviando las vueltas que a veces el destino se empeña en darnos. Y luego conocí a Alba. Una chica madrileña con la que he compartido trabajo estos días y que durante su estancia en Huelva recibía su ansiado 'aprobado'.

A y B, dos caras que reflejan el sentir popular de estos últimos días en España. Mientras el desfile de políticos en la Cumbre de la OTAN ha copado la primera plana de la actualidad en los medios, la verdadera realidad se ha medido en las aulas. Entorno a un examen que será la llave de la felicidad y el futuro para innumerables jóvenes.

A mí todo esto me ha pillado, como siempre, trabajando. Tanto y tan a lo bestia, que ni siquiera me ha dado tiempo a digerir con mi hermano su (temporal) derrota. Tanto y tan deprisa que hasta ayer no me detuve a pensar qué signfica realmente eso de opositar. Hasta que, trabajando (por supuesto) me crucé con Manu. Un argentino, de Buenos Aires, que lleva cuatro años viviendo en España. Madrid se ha convertido en su particular refugio y el epicentro de sus viajes. Es periodista y se gana la vida como influencer recorriendo medio mundo y mostrándolo a través de sus redes sociales. Su último destino ha sido Huelva y yo una de las encargadas de enseñárselo. Mientras cenábamos en un restaurante típico de la tierra me contaba que era feliz. Que vivía en el ahora. Que dejó su buen puesto en una importante agencia para apostar por su sueño, y que ahora él era su propio jefe, su propio dueño. Tiene 30 años, un gran talento, miles de experiencias en el bolsillo y ninguna certeza de que su trabajo sea el mismo cuando pasen los años. Pero, eso sí, no le asusta. Es un emprendedor de los que se la juegan sin importar qué pasará mañana. Trabajo, cualificación, valentía y aprendizaje continuo. Esa es su oposición. Y cuando terminé de hablar con él me di cuenta de que también era la mía. Quizás opositar se haya antojado la única vía para muchos en una realidad donde abunda el paro. Pero ya os digo yo que no lo es. La realidad la construye uno mismo empezando hoy y trabajando. Una lección que muchos jóvenes deberían aplicarse antes de vivir desmotivados.

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