No lo tomen a broma

La creación es un motor económico de primer orden y no se cuida como se debería

En los años cincuenta del siglo XX, el Gobierno estadounidense dio una especial importancia al tema de la creatividad. Lo hizo por motivos políticos y militares. Eran tiempos de la llamada guerra fría, de cuando después de la II Guerra Mundial se establecieron dos bloques enfrentados: el occidental, liderado por Estados Unidos, y el del Este, bajo el control e influencia de la antigua URSS. El objetivo de los americanos era superar al otro bloque, de manera que ante un hipotético conflicto fueran superiores en todo para intentar garantizarse una victoria. Su Administración tomó conciencia de que la creatividad era necesaria para el progreso en todos los campos, no solo en lo que tradicionalmente se ha denominado arte o cultura. Aquel enfrentamiento, felizmente, acabó, pero nos dejó algo positivo: resaltó la importancia de la creación para el avance de cualquier país; no únicamente por el hecho del mero disfrute de sus productos, sino porque constituye un motor económico de primer orden. En el caso al que quiero referirme, nadie debería dudar que es así en la música, la literatura, el teatro y demás artes. Si no que se lo pregunten a los británicos. El dineral que les entra de todo el mundo por sus cantantes, grupos musicales, derechos de autor o representaciones, etcétera es grandísimo. Por eso cuidan a las obras y a sus creadores. En el National Portrait Gallery, de Londres, muy cerca de la plaza de Trafalgar, no es extraño encontrar exposiciones sobre personajes populares, como la modelo Leslie Lawson -conocida como Twiggy-, los Beatles o cualquier cantante o autor pop, exponiéndolos como iconos irrenunciables del Reino Unido y como figuras que merecen respeto y consideración. Todo lo contrario que en España. Salvo algún homenaje esporádico a algún cantante o autor que haya fallecido, normalmente organizados por compañeros, no se hace nada de carácter oficial para consolidar y dar realce a su persona y producción. Además, hay poco interés por la protección de derechos. Véase al respecto la grave situación de la SGAE. Es cierto que ahora se está a la espera de un fallo judicial para ver si el Ministerio de Cultura puede o no intervenirla, pero no se percibe ni por el Gobierno en funciones ni por los partidos que concurrirán a las elecciones generales una auténtica preocupación por una sociedad que ha reunido a la inmensa mayoría de los creadores españoles y que ahora está en riesgo de que todo ese capital vaya a empresas extranjeras. Esto no debería tomarse a broma.

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