Enhebrando

Manuel González Mairena

A toda vela

Aunque parezca inventado, créanme si les digo que escribo este artículo justo antes de pasar la ITV en la estación de San Juan del Puerto. Tengo las ventanillas subidas y el motor apagado pues la climatología a estas horas tempranas me niega que sea julio. Aguardo a que la pantalla anuncie mi matrícula. Tengo ya el automatismo de mirar cada tres por cuatro a ese dios de píxeles rojos y verdes. Como escribiera el poeta Adrián González da Costa, "¿si me quieren llamar, por qué no llaman?". La paradoja del día es que si, en lugar de mirar la fecha de matriculación del vehículo, miraran la de mi DNI, éste revelaría que es mi cumpleaños. Y me da que mi cuerpo tendría más problemas para pasar la prueba que este amasijo de metal con ruedas. Cuarenta y un años recién cumplidos, y no me importa decirlo porque, efectivamente, los he cumplido. Hay quienes tienen años, acumulativamente, yo cumplo con ellos con absoluta militancia. Obligaciones, fiestas, lo cotidiano, lo extraordinario, el amor y toda su escala de grises, errar. No me pesan las unidades ni las decenas. Si toca envejecer que así sea, pero me preocupa más embellecer. De lo primero uno no tiene control alguno (se va el pelo, aparecen canas, marcas, y etcéteras que no vamos a enumerar); de lo segundo estoy absolutamente volcado con la causa. No poseeré el control de lo que la vida me depare, otra cosa es cómo afrontarlo. Discúlpenme, pero he asumido la sonrisa y el disfrute. La alegría como bálsamo.

Cada vez miro menos el futuro, esos planes de humo, para disfrutar de un café con amigos, un juego de mesa con mis hijos, una serie con mi pareja, o una llamada telefónica con mi padre. Paladear el ahora. Regocijarme con los mensajes que llegan al móvil. Cumplir años es un recuento del ayer, un cómputo de trescientos sesenta y cinco días de los que sólo guardamos vagos recuerdos, reconstruidos muchas veces con torpeza a fuerza de añoranza. Tiendo a olvidar lo que hice pero a reafirmar lo que soy. El problema no es que algún día olvide que escribí estas líneas, el problema es que olvide quién fue el que las escribió. Sé que en unos días no recordaré qué he almorzado hoy, por eso voy a celebrarlo en un chiringuito en Punta Umbría, a pie de playa, con mi familia, los míos. Porque de nada sirven los restos de los platos, pero los restos de la felicidad son un compostaje necesario. ¡Que siga la fiesta!

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