Perdonen si me excedo en la utilización del título que tomo de un libro notable publicado en los últimos años de la década de los cincuenta, exactamente en 1959, y que es todo un hito del movimiento llamado angry young men, origen y entraña inspiradores de unos grupos que en la literatura, el teatro y el cine dejarían una huella inmarcesible y creaciones excepcionales, enfrentados en general a los sistemas sociopolíticos de la época. El libro es La soledad del corredor de fondo, de Alan Sillitioe, una especie de rebelde sin causa y ruptura generacional. Contribuyó a su fama y predicamento la película que dirigió en 1962 Tony Richardson con una excelente interpretación de Tom Courtenay.

Insisto que, salvando las distancias, me vinieron a la memoria el libro y sobre todo algunas impresionantes imágenes de la película, cuando veía a la ministra de Defensa, Margarita Robles, defendiendo nuestros principios constitucionales, que luego echaría por tierra la presidenta del Congreso, Meritxell Batet. Sola y desolada, junto a los escaños insólitamente vacíos del banco azul que debieran ocupar el presidente del Gobierno y las vicepresidentas que la preceden en el orden . Sola para defender ese spywere denunciado por los nacionalistas que permite invadir la intimidad telefónica y para afirmar lo que el propio jefe del ejecutivo debió sostener en sede parlamentaria ante los representantes del pueblo español: el Gobierno actúa dentro de la legalidad y no hay pruebas de lo contrario, justificando la investigación de dirigentes y activistas del independentismo catalán en los llamados procés de 2017 y el Tsunami Democratic de 2019. Rotundas afirmaciones que provocaron, incluso la indignación de sus propios socios de gobierno, Unidas Podemos, siempre en apoyo de los separatistas. Estos y ellos pedían la cabeza - digamos la dimisión - de Margarita Robles para bloquear la investigación sobre su financiación. Tan desacertada manera de gestionar el conflicto se coronaría con una intolerable cacicada por parte de la presidenta Batet para meter a Bildu y ERC en la Comisión de Secretos Oficiales. Un condenable e ignominioso chantaje que permite a sus diputados el acceso a información reservada que afecta a la seguridad del Estado.

Cuanto ha surgido después, incluida la advertencia de la ministra Robles: "A lo mejor los que ahora dan lecciones tendrían que callarse", no hace más que corroborar la desacertada actitud del Gobierno, incapaz de hacer valer una realidad incontrovertible en un Estadio de Derecho que debe garantizar la solidez de la democracia mandatada para intervenir los teléfonos de cuantos pongan en peligro la seguridad del país. Mucho más si los teléfonos de Pedro Sánchez y Margarita Robles también fueron espiados. ¿Hace un año? ¡Increíble! ¿Hasta cuando ese bastardo pacto de gobierno con los propios enemigos del Estado?

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