Visiones desde el Sur

¡Un siglo, Platero! (II)

Todos se acercan al pie del pino gordo y hacenuna reverencia ante tu cuerpo nunca yermo

Desde el muelle del Tinto, que sigue viendo pasar aguas azufradas por las minas, el mal corazón y el compadreo, vienen los vinateros, los pescadores, los carabineros, los fabulistas y hasta tus amigos, los borriquillos de las lavanderas, junto con Aguedilla, Parrales el bandido, Lucía la titiritera, Juanito Miguel, el Realista, el Caín borracho de un solo ojo, el toro colorado, Alí, el maestro Garfia y ¡no te lo creerás, Platero!, también tu médico Darbón, que ahora quizá pueda salvarte la vida y hacerte eterno como las ánimas.

-Platero, tú nos ves ¿verdad?

Me arranco los cascos en los que escucho a Haendel mientras el corazón rebota en el pecho y cuando lo hago me quedo perplejo. Todos se acercan al pino gordo, rodeándolo. Sólo pueden venir por una causa. Vienen a gloriarte, a decirte que te quieren, Platero; porque tú tienes alma aunque el diccionario diga que los asnos no la tienen. Se equivocaron contigo esos estirados de la Academia. ¡Claro que tienes alma!

Están todos ante mí, en corro, esperando que digas algo, que salgas del silencio que han cernido sobre ti aquellos que no supieron ver la grandeza que abarcabas. ¡Puñado de necios! Y ahora, ¿ahora qué hacen, Platero? Han dejado un pasillo por el que se acerca la reina Cleopatra acompañada de un grupo de escritores: llegan Shakespeare, Campoamor, Oscar Wilde, fray Luis y Jean de la Fontaine. ¿Vendrán a escribir sobre ti? Les siguen un montón de pintores famosos, Platero. Todos se acercan al pie del pino gordo y hacen una reverencia ante tu cuerpo nunca yermo, siempre fecundo, inagotable pozo de talento. No es verdad, no, lo que dicen los académicos. No es verdad tampoco que estés muerto. Puedo reconocer a Fra Angélico, a Piero de Cosimo, a Murillo, a Miguel Ángel, a Turner y a Courbet. ¿Habrán venido a pintarte? A insuflarte vida a través de nuevos lienzos que se expondrán por el mundo con un fondo de acero y plata de luna donde lucirás excelso.

Pero, ahora... Cleopatra, levanta la mano y Beethoven, que no sé de dónde ha salido, eleva la batuta y un coro de mariposas blancas con sombras negras, interpreta con sus alas el último movimiento de la Novena Sinfonía, que, todos, todos juntos en una sola voz, empezamos a tararear en tu honor, Platero mío; porque lo quieran o no, tú eres el Marcos Aurelio de los prados, Platero.

-Platero, tú nos ves ¿verdad?

(Cuatro años después del centenario de la edición de Platero y yo de JRJ: ese genio).

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