La otra tarde charlábamos acerca de cómo cada cual ve la misma realidad de manera distinta en función de la propia conveniencia. Los psicólogos llaman “percepción selectiva” a ese sesgo cognitivo, que, en román paladino y lírico, y según la Ley de Campoamor, reza: “En este mundo traidor nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”. A mayor abundamiento y ya “en plan facha” –expresión arrojadiza, tan universal como vacua–, cabe recordar el final del chiste de los revolucionarios que proclaman en encendida asamblea la confiscación y reparto de todos los bienes del lugar, desde las tierras a los amotillos: “¡No, las motos no las repartimos!, ¡que moto, tengo!”.
A veces uno se sorprende. Trayendo a colación a una amiga –empoderadísima– que bromeaba sobre sí misma diciendo “yo soy abierta, pero flexible”, uno se sorprende no sólo por la propia flexibilidad, o vale decir tragaderas éticas en el juicio, cuando algo nos amenaza el bolsillo o el bienestar, dos palabras parientes de la “utilidad” de la Economía Clásica, que a su vez es madre de algunos hijos monetarios y menos sutiles como el salario o el beneficio. Un viva por la gente que tiene pocos principios. Un par de ellos inflexibles, y el resto contingentes y vitalistas. Esa gente aburre –y miente– menos.
Uno también se sorprende con la maleabilidad de los criterios de otros. Al escuchar a un próspero fedatario público por definición y con una clientela acotada y de poca elasticidad al precio –tragará la minuta en modo lentejas– entonar un alegato contra el sector público y sus “parásitos”, y otro correlativo a favor de la empresa libérrima y desatada: un liberal hispánico, esto es, un furibundo enemigo de los impuestos. No tan liberal para que, por ejemplo, liberalicen su menester o lo reconviertan al modo USA, donde no hace falta oposición –durísima, sin duda– ni hay un pacto social que limita los territorios competitivos. Sucede con las farmacias y con los profesores titulares de universidad, a cuyo cuerpo pertenece quien suscribe, a mucha honra y en razonable lid, ninguna gesta: era una universidad entonces en expansión. Y con tupidas redes de caída. De las cuales está feo renegar. Es cuestión de estética, no ya de ética.
“Usted debe compadecerlos y comprenderlos. Comprenderlo todo es perdonarlo todo” (Tolstoi). Espero que me hayan ustedes comprendido, y que sean indulgentes. Compasión no quiero. Ni la siento por pistoleros desencadenados contra la función pública con la cual han hecho carrera, y de la buena.
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