Tacho Rufino

La sepulcral belleza

Gafas de cerca

29 de julio 2025 - 03:05

Sé, porque la conozco desde hace más de medio siglo, que no sabe del todo que ella es realmente única e irrepetible. Violeta es, por así decirlo, una hermana, y tiene brillantez y gracia como para parar unos pocos de cruceros como altas manzanas de barrio de periferia. En esas naves, auténticas promociones inmobiliarias hechas semovientes navíos de ocho plantas, arriban millones de humanos a las ciudades señaladas y, a la postre, condenadas a la paradoja de la morir de éxito. Se trata de una rotación perpetua y efímera, deseablemente gozosa para el explorador de piso: un moverse de turísticas maneras. “Guiri de usar y tirar: si te vi, no me acuerdo”, se dirá el camarero que sirve imposturas folclóricas en platos de media ración. Los aborígenes le sobran a la industria del viajero sin causa: “¿Tiene usted reserva en mesa alta en barra o en la sala? A esta hora sólo servimos cenas, disculpe [circule, fuera]”.

Violeta suele interpretar el quid de las cuestiones con talento salvaje, y así da en el clavo de las cosas que van aconteciendo, y lo hace con el tacón, con una impronta natural tan suya como su lisa y fuerte melena castaña. Le mando a Vio unas fotos de un camposanto ortodoxo en un barrio ateniense de nombre francés, Metz; puro mármol y vocación de eternidad de sus inquilinos, o arrogancia de quienes, vivos, los suceden e idealizan, idealizándose ellos mismos: “A mí me gustan los cementerios de cada país. Dicen mucho. Antes, hablaban en cada sitio sus supermercados”, responde ella. Cuánta verdad. Ya los supermercados no dicen nada en un sitio o en otro. No hace falta hablar un idioma desconocido al gastarse 200 euros en el carrito para atravesar la semana en el sitio que visitas. Todos los supermercados en los llamados “destinos” están cortados con el mismo patrón, o clones de una misma cadena. A los cementerios también los acecha el turismo; yo soy aficionado a pasear por sus calles ajenas al tráfico, serenas y calladas como muertos. En las tumbas y bajo las lápidas de los cementerios “no hay nadie”, suele decir Violeta –que es una rosa fresca– que decía su madre; una mujer creyente en la Otra Vida. La señora no creía en las necrópolis ni en ir a dar “el cabezazo” al funeral. Pero, oiga, descomunal el de Metz en Atenas. No me importaría vivir al lado. Vivir, digo.

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