Cambio de sentido

A 90 segundos del fin del mundo

El ser humano, en su zozobra e incontenible pensamiento mágico, es consecutivamente milenarista

No sé por qué el fin del mundo me ha preocupado tanto desde chica. A cada poco corría, entre los chiquillos y los suscritos a las profecías de saldo, el enésimo anuncio del final de los tiempos. Viví cada convocatoria con un agobio inconcreto, aunque barroco. No me preocupaba la nada, sino su trámite de eclipses, derribos babilónicos, y cielo y tierra descorriendo los velos. La lectura temprana y fastuosa del Apocalipsis no aliviaba. Tampoco los libros tan populares en la época en los que se traficaba, trocando cualquier misterio en folletín, con abducciones, Nostradamus, sábanas santas y cálculos mayas. Tampoco ayudaban el tercer secreto de Fátima, ni aquellas cartas mecanoscritas acompañadas de una moneda, que alguien echaba en el buzón, que garantizaban tu salvación si seguías la cadena de incordiar al barrio con pesetillas y supercherías. Ha pasado el tiempo, y las siete trompetas no han cesado de tocar. La industria audiovisual no para de complacer el morbo del acabose. En The last of us–llevo medio capítulo–, un mal viaje, pandémico, de hongos transforma a la gente en zombis caníbales. Adiós mundo cruel. Comienzo a pensar que el ser humano, en su zozobra y su incontenible pensamiento mágico, es consecutivamente milenarista.

Ya habrán escuchado la noticia: el segundero del Reloj del Apocalipsis (Doomsday Clock), que cada año pone en hora el comité del Boletín de Científicos Atómicos, marca que estamos a 90 segundos de la medianoche de los tiempos. El auge de la inteligencia artificial, el armamento nuclear, la masacre en Gaza, las amenazas biológicas o la crisis climática empujan las manecillas del fin. Nada que no sepamos. No hay más que prolongar un poco la veredita que llevamos para saber que vamos en dirección contraria, e incluso prohibida, a la dignidad y el respeto a nosotros mismos y a la Tierra; que la distopía, señora, ha llegado a su barrio; que el cambio, no precisamente a mejor –del homo sapiens sapiens al homo videns-ludens, diría Sartori–, es de calado antropológico; que hace rato pasamos de pantalla. Lo sorprendente es que, viéndolo, el cortoplacismo impera, en un alarde de “para lo que nos queda en el convento…”. Lo sorprendente es que no viremos, al menos en lo personal (que es político) a una vida más sensible, consciente y atenta a lo que importa. Lo sorprendente es que, a 90 segundos del Apocalipsis, saber que (ahora sí) estamos muy cerca del fin, no me turba ni me sorprende.

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