Cambio de sentido

Economía de la atención

Si Instagram, TikTok o Tinder son gratuitas no es porque usted sea el cliente sino, sobre todo, el producto

El vídeo muestra la transformación de una Barbie a los estándares de belleza (pongan a “belleza” cuantas comillas quieran) actual. Una mano adosa a los labios más labios, y los barniza. Hace las cejas más grandes, pinta a tope esa carita de polivinilo que el dios Mattel le dio. Pechos a los pechos: unas pelotas de arcilla en las tetas ya de por sí protuberantes, y más prótesis en culo y caderas para una Barbie neozumbona. Mallas canis efecto morcón, un top asimétrico cuyo escote ha sido sustituido por un boquete en el entreteto, extensiones de pelo, y lista para triunfar. Habrá quien venda esta metamorfosis protésica, esta inflación o inflamación, como un alegato de empoderamiento femenino al más puro estilo neolítico: después de décadas de modelos cloróticas (que no se han ido), vuelven las venus neumáticas... Me da a mí que el asunto va por otra vía, por esa que llaman –ojo al término– economía de la atención, que afecta no solo a la información, también a cuerpos y usanzas.

Como la atención, en este mundo saturado de estímulos, es cada vez más breve, dispersa y sujeta a feroz competencia, llamarla está crudo. Hay que gritar de algún modo, hay que atraparla –dicen– en los primeros segundos, si no serás invisible, que se parece a no existir. Si esto solo incumbiera a los vendedores de crecepelo no habría problema. El problema comienza cuando cualquiera se autoproclama “creador de contenidos” y referente. Si Instagram, TikTok o Tinder son gratuitas no es porque usted sea el cliente sino además, y sobre todo, el producto. Esto entronca con algo más hondo que el mero modelo de entretenimiento en el que nos distraemos de nosotros mismos; toca y electrifica el hambre, muy primaria, de ser vistos y reconocidos, queridos o incluso odiados, pero atendidos por alguien de algún modo. Otrosí, desarticula lo calmo a favor del histrionismo. Ese afán por ser vistos no es solo comercial –para vender un producto–, ni solo para ponernos (¡expresión odiosa va!) “en el mercado”: cada vez a más personas les va la identidad en ello. Imprime la falsa sensación de que está en juego algo parecido a la supervivencia. El resultado menos lesivo es el de millones de individuos haciendo el cocacola en las redes, que contribuyen a dispersar más aún nuestra atención en sucesivos pseudoacontecimientos tiktokeros. El más grave es el de llegar a convertirnos en seres menesterosos que imploran a otros náufragos de lo mismo migajas de atención para poder ser. Está pasando.

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