Desde la intimidad que proporciona la obligada clausura vemos cómo la Tierra gira y la vida sigue, descorazonadamente pero siguiendo su marcha. Y en este enésimo día de reclusión domiciliaria vemos cómo discurre el fútbol. Nos metemos en su telemeollo (entiéndase meollo a distancia) y nos encontramos con un punto más caliente que otros. Es el divorcio que se ha enseñoreado del Barça a causa del maldito parné que tanto falta.

Y llegado a este punto podemos decir que si hay un presidente hogaño con menos cartel que el del Gobierno que nos maneja es el del Fútbol Club Barcelona, el muy desmañado Josep Maria Bartomeu. El desencuentro con un Messi que a diario demuestra ser más espabilado que él va a sacarlo de Can Barça, adonde llegó prácticamente como llegó Sánchez a la Moncloa, mediante la renuncia obligada de Sandro Rosell por un caso, el de Neymar, que le metería entre rejas.

En toda la trayectoria de Bartomeu como presidente culé ha estado revoloteando sobre su vertical la figura de Joan Laporta, el carismático presidente que tuvo la sublime decisión de darle el equipo a un novato llamado Guardiola. Laporta lo puso de vocal en las secciones polideportivas, pero su creciente afinidad con Rosell influiría decisivamente en el cese. Después, historia reciente y lo cierto es que lleva casi seis años ya en el puente de mando de la gran nave blaugrana.

Y hasta ahora, pero la sombra de Laporta, de gran predicamento con los jugadores siempre, le ha acosado. Ahora tiene a Messi enfrente de forma clara tras la torpeza de poner el foco de la presumible austeridad en la primera plantilla barcelonista. Y, como jugando con blancas, el mago argentino ha movido ficha antes que él y por ahí va a acabarse la estela de Bartomeu. Lo que sea sonará, pero el presidente ha perdido la batalla porque el ídolo siempre ganó, gana y ganará.