Santiago Padilla

Una puerta a 'Platero y yo'

Cada capítulo de Platero y yo es único, diferente, tiene autonomía literaria, aunque todos unidos forman la hermosa y melódica sinfonía que Juan Ramón dedica y compone a su Moguer natal, como exponente o espejo de la Andalucía de principios del siglo XX. Una Andalucía decadente, rehén de si misma, de su clase dirigente, que ha perdido definitivamente el tren de la revolución industrial, y que sigue a merced de la benignidad del clima y de los jornales, aferrada al sector primario. La misma que en su pueblo, la crisis de la filoxera, ha puesto literalmente boca bajo. Un mosaico intemporal, que sigue vigente en tantos aspectos a día de hoy.

Todo en la obra es armónico, con una prosa poética que nos deslumbra por su pulcritud, por su contención y delicadeza; por su realismo, que hacen de ella también un canto a las marginalidades de su tiempo, que es a la vez un grito contra los poderosos, ausentes y orillados de sus páginas. Cada capítulo está medido en palabras, como si de estrofas poéticas se tratara, lleno de simbología, y retrata momentos, personas y circunstancias reales de la vida local, a las que Juan Ramón confiere una proyección y significado universales.

De entre todos ellos, hace años, que subrayamos y argumentamos el significado que su capítulo dedicado al Rocío ha tenido para la historia de la difusión de la devoción rociera (Rocío Sal y sol de Andalucía. Hergué 2010). No sólo por la dimensión universal de la obra, en número de traducciones, de ediciones, cuando los medios de comunicación social eran tan limitados; sino, porqué Juan Ramón es uno de los más evidentes culpables de que El Rocío entre en la Literatura contemporánea con mayúsculas del siglo XX. El hecho, aparentemente anecdótico, de que el se fije en ella, en su dimensión literaria, ha sido suficiente para que otros autores de referencia nacional e internacional le hayan dedicado atención, tiempo y algunas páginas al Rocío. Desde Manuel Machado a José María Pemán, pasando por Camilo José Cela, Jacinto Benavente o Antonio Gala, por citar sólo algunos.

Pero es más, ahora que estamos en plena celebración del centenario de Platero, con motivo del aniversario de su primera edición, creemos estar en condiciones de afirmar, que pocos capítulos de la obra han contribuido, como este, a popularizar Platero y yo, en los últimos cincuenta años. Y es que sus párrafos son una de las banderas más andalucistas de la obra, que una parte de la crítica ha calificado y clasificado como la primera obra literaria andalucista, publicada en un momento de gran efervescencia nacionalista y andalucista -recordemos que el ideario andaluz de Blas Infante está también fechado en 1914-. Es el momento en el que Juan Ramón en homenaje a esta vieja tradición devocional moguereña, con ecos ya en 1914 en tantos pueblos y ciudades de la Baja Andalucía y de España, y en honor a la Reina de las Marismas, le arrodilla Platero a sus pies.

Es decir, que su capítulo El Rocío ha servido, como pocos de la obra, de forma autónoma e independiente, para popularizar Platero y yo, en el amplísimo ámbito de las letras rocieras. En su apartado historiográfico, en el que historiadores tan representativos como el villalbero Juan Infante Galán repararon ya sin dar mayores razones en su significado.

En la crónica periodística o en el artículo de opinión, que junto a aquel practicaron y practican desde Pedro Alonso-Morgado, pasando por Antonio Burgos a Antonio García Barbeito, o Carlos Colón, en las que Platero ha sido una referencia repetida y recurrente para impregnarlas de su etéreo halo místico y espiritual.

Y qué no decir, del inabarcable ámbito del pregón rociero, en el que desde José María Pemán, en su histórico pregón a la Hdad. del Rocío de Jérez de 1964, pasando por Juan de Dios Pareja Obregón, Manuel Lozano, Ángel Díaz de la Serna, Eduardo Fernández Jurado, el padre Quevedo y un larguísimo etc. han tenido en el burrillo de Moguer, un piropo para las varias veces centenaria hermandad del Rocío de Moguer, un halago para Huelva y para Andalucía, o un timbre de gloria para el mismísimo Rocío.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios