A UNQUE pueda parecer una quimera, a pesar de que alguien dude sobre su veracidad, es cierto. En España, en Andalucía y en el mismo Huelva se han celebrado durante las últimas semanas, actos sociales, políticos y culturales que merecían nuestra mayor atención. Aunque haya quien llegue a pensar que se trata de un sueño, ninguno de estos sucesos tiene que ver con la independencia catalana.

Puede resultar exagerado cuando, en realidad, es lamentable. Ha hecho falta un incendio que arrase Galicia, que se cobre cuatro vidas y destruya miles de hectáreas… que además, dicho incendio haya sido provocado (para darle más morbo al asunto), para que los españoles de cualquier comunidad hayan tenido durante unos días un tema de conversación ajeno al proceso catalán. Ha hecho falta una catástrofe que ha necesitado a centenares de personas para combatirla, para que los informativos le den una pausa al contenido del artículo 155. En Huelva sólo una lluvia, de una intensidad no recordada, con sus nefastas consecuencias, facilitó el olvidar temporalmente las condiciones de la proclamación de la República catalana.

Porque aunque resulte difícil de creer, la Constitución española recoge derechos y prevé medidas para regular y hacer más justa la vida de los ciudadanos, que resultan totalmente ajenos al artículo 155 de la misma. Nuestra Carta Magna, ésa que marcó un antes y un después en la vida de este país, ésa que le dio el finiquito a esa etapa tenebrosa y de televisión en blanco y negro, dispone de 168 artículos además del 155, de los cuales 15 de ellos, los llamados fundamentales, siguen siendo de los más abiertos y progresistas de la Unión Europea.

La libertad de información es uno de los derechos recogidos en esa misma Constitución y una de las conquistas en el concepto de libertad. Ocurre que esta libertad es, como la respiración, imprescindible para vivir, pero si se respira a una velocidad mayor de la idónea, se hiperventila y empiezan los mareos, vértigos e inestabilidad en general. Algo así sucede con este derecho, si se "sobreinforma" o "hiperinforma"… si se proporciona (y, por tanto, se consume) más información de lo que la persona puede admitir, se corre el riesgo de acabar con un ataque, un desvanecimiento o un síncope. Algunas personas (me incluyo) ya notamos los primeros indicios. Vemos a Puigdemont y sentimos escalofríos. Pero si la cuenta del supermercado resultara ser de 155 euros, empezamos a notar los primeros síntomas del desfallecimiento.

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