Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
Hace alrededor de chiquicientos años, en las aulas de Económicas nos enseñaron un concepto que sonaba enjundioso: “fuerza trabajo bipolar”. Hoy, uno busca ese término en la IA y te dice que se trata de trastornos mentales de cambios de humor extremos dentro del centros de trabajo. Pero qué va, en la era predigital, que ya deberíamos llamar A.I., o sea, Antes de Internet, no era eso.
En aquellos 80, diría yo que habían ya nacido la mayoría de los españoles que conformamos la pirámide-botijo poblacional. En esos esplendorosos años de universitario –por lo menos, en los míos– “bipolar” no lo utilizaba nadie para hablar de enfermedades, quizá sí los psiquiatras de entonces; o, en lo suyo, los físicos y los electricistas. En fin, aquel profesor nos explicó que era creciente la brecha entre los que tenían formación y quienes carecían de ella. De la mano de esto, surgía otra consiguiente brecha, la salarial. Y era peligrosa para la sociedad, o eso sostenía el manual estadounidense traducido en Bogotá que servía de guía a aquel profe tierno y meritorio.
Hoy, en ciertas empresas que apuestan por la tarea remota, en babuchas de paño y a tiro de portátil y móvil, también se da una bipolaridad, distinta: entre quienes teletrabajan y quienes no. Obvio es que un albañil, un alfarero o escultor, un gruista, un camarero y tantos otros trabajos no pueden teletransportarse, aunque todo se andará. Entre aquellos en los que es factible, el mercado va ganando el pulso a los empresarios reluctantes a la delegación. El mercado gana porque los empleados buenos pueden exigir dos o tres jornadas de trabajo fuera de la oficina a la semana, o seis al mes. Negárselo o despedirlos no es buen negocio para el negocio: es moneda de cambio. Se ha convertido en un asunto clave en la oferta (empleados) y la demanda (empleadores) del mercado de trabajo. Otra bipolaridad surge: la de las empresas en sus trece, y las que comprenden que la conciliación es un derecho laboral. Pero nada es jauja, y teletrabajar podrá significar tanto o más control: ya dice cosas la Ley sobre esto. Además, a la gente le gusta departir en la máquina de café, y algunos temen a sus casas como a una vara verde. Hay gente para todo, aunque cada día menos para trabajar a jornada partida y siempre in situ.
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