Una piscinita en San Pedro

San Pedro es, en realidad, un milagro. Una excepción en esta Huelva del autodesprecio y la autodestrucción

La Plaza de San Pedro es un lugar muy especial para mí. No lo digo solo porque sea uno de mis rincones favoritos de la ciudad, que por supuesto lo es, sino porque allí guardo recuerdos muy importantes en mi vida. Que le tengo cariño, vaya, aunque supongo que como mucho será solo un poquito más del que puedan tenerle el resto de onubenses, o eso creo. San Pedro, la iglesia, la escalinata y sus muros, su plaza… es un sitio singular. Único, en realidad, porque desde la Edad Media, y es posible que desde mucho antes, ha sido el centro de la vida de Huelva. Fue el templo, por supuesto, pero también fue nuestra ágora, y fue granero y mercado y un sinfín de cosas más. San Pedro fue Huelva antes de que la propia Huelva existiera, y eso se nota nada más llegar. Uno puede incluso imaginarse, si cierra los ojos y presta la atención adecuada, cómo suena la muchedumbre que, charlatana, se prepara para entrar a misa o discute sobre los precios del pescado o escucha las noticias del cabildo o compra unos palmitos. Y mirándolos a todos, la iglesia, ahí arriba, tan humilde como ahora, tan discreta y tan imponente como siempre. Pisar la plaza es un viaje en el tiempo, y eso pasa porque San Pedro es, en realidad, un milagro. Una excepción en esta Huelva del autodesprecio y la autodestrucción. Es nuestra aldea gala: el único espacio histórico cuya esencia ha logrado sobrevivir a los más insípidos, inútiles e infames gobernantes. Sobrevivió incluso a terremotos y a guerras, aunque no sé si aguantará lo que quiere hacerle ahora el Ayuntamiento, que ha decidido transformarla en la plazoleta cutre de un residencial. En una glorieta de centro comercial. Una horterada, con su piscinita y todo. Un monumento al mal gusto, como los monstruosos cipreses que puso Perico delante del muro (y que protagonizó un Zurriago como este hace más de 20 años) o la ridícula placita que han hecho bajo la vieja Puerta del Sol de la iglesia, hoy casi oculta tras un mamotreto de cinco plantas que, de paso, nos tapa el cabezo. El de San Pedro es un proyecto feo, como el esperpento inacabado del acceso a la Fuente Vieja, y un fracaso cultural, como la muralla romana que yace, empañada, bajo el suelo de metacrilato de un súper. El Ayuntamiento, con su alcalde a la cabeza, le ha dicho a los vecinos (que están cabreados, claro) que vale, que puede ser que haya que modificar algunas cosas del proyecto y tal, pero que lo más básico no se cambia. O sea, que se va a mantener el rediseño 'vanguardista' de una plaza que, qué quieren que les diga, no se lo merece. La Plaza de San Pedro es tan antigua como la misma Huelva, y es verdad que era hora de renovarla. Pero destruir su esencia, y este proyecto lo hace, también es acabar con nuestro patrimonio, del que bastante poco nos queda ya como para seguir haciéndolo añicos. Así que, por favor, métanse de nuevo la piscinita en el mismo sitio del que haya salido.

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