Lo conocí hace mucho, mucho tiempo. Coincidíamos en el archivo durante largas jornadas mientras hacíamos nuestras tesis doctorales: él buscaba información sobre José Nogales y yo recopilaba datos para poner en pie el funcionamiento del caciquismo en la provincia de Huelva. Nos cruzamos por casualidad en ese punto del pasado en el que, extrañamente, convergían nuestros estudios. Yo había encontrado un documento en el que aparecía un poema que Nogales había dedicado al político moguereño Manuel de Burgos y Mazo y en el que el escritor valverdeño se definía como su secretario personal. Curiosidades del pasado: un simpatizante del republicanismo al servicio de un político dinástico y conservador. Entre el fárrago de documentos hemerográficos, expedientes y legajos miles, parábamos un rato para charlar y hacer la mañana más llevadera. Él no me dijo que era sacerdote y yo no le dije que tenía un montón de dudas. Hablábamos sobre todo de Historia, mucho de literatura y un poco sobre esta provincia de Huelva siempre abandonada y maltratada. Daba gusto conversar con un hombre tan culto, tan crítico y tan reflexivo. Día a día, se fraguó entre nosotros una amistad profunda y duradera que, como el Guadiana, desaparecía a ratos y resucitaba al poco. Nos recomendábamos libros y comentábamos lecturas y vivencias.

En los últimos tiempos, el whatsapp había venido a cubrir las distancias de manera entrañable y maravillosa. Nunca me escribía, pero me mandaba audios cariñosos en los que, con sus apelaciones de creyente fervoroso, me felicitaba la Navidad o las pascuas o el día de la Asunción. En su perfil tuvo primero la imagen de una virgencita; recientemente, la suya propia mientras tocaba el piano. Me quedo con esa foto para mi recuerdo y también con la que nos hicimos, risueños y felices, sentados bajo una secuoya gigante en Villa Onuba. Extrañaré sus audios de los martes comentando mi “guarán” del día anterior, que leía inexcusablemente, y sus llamadas cuando alguno le había gustado especialmente.

Se me ha ido mi cura favorito y un amigo culto con el que tener una buena conversación. Se me queda la vida, como suele pasar, llena de deudas: le debía una visita (“lo siento, Ángel, no me da la vida ni en los fines de semana y, cuando puedo, me voy a ver a los niños, pero, descuida, que en uno de estos me acerco a Fuenteheridos y quedamos para almorzar”), un libro (“no te lo vayas a comprar que, en cuanto pueda, te llevo el libro de Sundheim y también el último de Lara”) y una conversación (“ya he terminado Mariquita León y El último patriota, tenemos que charlar, que he visto muchas alusiones a personajes y hechos reales y te las quiero comentar”).

A él, a Ángel Manuel Rodríguez, que esperaba atento el periódico del lunes para leer mi “guarán”, va dedicado este de hoy. Si hay un cielo, el padre Ángel estará en él y quizás San Pedro haya ya articulado un sistema para el reparto del Europa Sur o del Huelva Información.

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