A quién se le ocurre dar una misa en El Rocío

En el fondo hubiera dado igual, porque de lo que se trata es de manipular la realidad. Encogerla o estirarla como un chicle

Hoy mismo vuelven a la capital las hermandades de Huelva y Emigrantes, y con ellas en casa se acabó El Rocío. A otra cosa, mariposa, en una ciudad que se divide, en una guerra callada y sin cuartel, entre los que van a la romería almonteña y los que no. En España el debate se extiende a admiradores versus detractores, y pese a que es verdad que suena más fuerte, nunca llegará a ser tan escandaloso como el conflicto que mantienen los españoles de izquierdas y los de derechas, que aunque en número de combatientes son pocos (porque la mayoría pasamos de todo lo que no sea ganarse el pan y pagar impuestos), parece que son un montón por el ruido que hacen. Total, la cosa es que si juntas las dos cosas, Rocío y política, y lo coronas con unas elecciones, te encuentras al final con cosas tan sorprendentes como la chaquetilla de corto del alcalde (de eso podemos hablar otro día) o el virulento ataque al obispo de Huelva y su misa del domingo. Resulta que el hombre hace sus cosas de misa, las lecturas y demás, y en la homilía no se le ocurre otra cosa que hablar del 19J. Decía el sacerdote, básicamente, que cuando los cristianos vayan a votar (un cristiano es el tipo de persona que suele ir a misa, que por si no lo saben es una celebración cristiana que, en este caso, es además uno de los actos principales de una romería cristiana…) lo hagan pensando en los dogmas de la Iglesia a la que pertenecen, que actúen con coherencia y que tengan en cuenta la posición católica en pro del matrimonio heterosexual o del derecho a la vida, entre otras cosas que no recuerdo porque no soy mucho de misas y no hice demasiado caso.

Como aquí no cabe un tonto más, enseguida saltaron los inquisidores de turno denunciando que el obispo había pedido votar a la ultraderecha (sic) en un discurso homófobo (sic), misógino (sic) y el resto de artillería habitual, con la excepción de lo de xenófobo y racista, que esta vez no iba a colar porque el orador había apelado también a aquello de acoger a los inmigrantes y los necesitados, y eso ya no es tan de ultraderecha por lo visto. Pero en el fondo hubiera dado igual, porque aquí de lo que se trata es de manipular la realidad. De estirarla o encogerla como un chicle hasta adaptarla al gusto. De darla a trocitos, si hace falta, o manosearla, usarla y exagerarla. De mentir. Porque esta historia va de eso: de la mentira. Del embuste impúdico, chapucero y permanente al que nos han acostumbrado los que viven al acecho (unos a la izquierda y otros a la derecha, que van saltando según el caso). Esto va de la sinrazón, la vehemencia, el griterío con el que nos castigan a diario para obligarnos a posicionarnos, por tripas, en un sitio o en el contrario. Para enfrentarnos, porque al final es eso lo que quieren. Y es verdad que son pocos, pero nos están ganando.

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