Hoy se celebra el día internacional del niño africano, un día que no tendrá mucho hueco en la actualidad, anclados como estamos en un relato machacón y anodino, pero igual de trascendental. Los niños y niñas africanos han sido caricaturizados desde que tengo memoria, siempre desprovistos de cualquier capacidad provechosa. Simplificando mucho, hemos pasado de la imagen patética de los niños de la guerra de Biafra, con sus vientres hinchados y agarrados a sus madres escuálidas, a la imagen actual de niños capaces de esconderse en un camión o jugarse la vida en un barquito de juguete, MENAS deshumanizados y peligrosos. Por el camino nos hemos permitido incluso exhibirlos con armas, clasificándolos con un oxímoron insoportable como 'niños soldado'.

Pueden probar a preguntar a sus hijos si les hubiera importado nacer en África. Su respuesta aclara el imaginario colectivo sobre todo un continente, una condena marcada ya por el mapa. Y es que nosotros, consumidores y opinión pública, somos en definitiva espectadores teledirigidos para mirar con miedo o con pena, según interese. Nadie nos habla abiertamente de que los tentáculos de Europa, Estados Unidos, Rusia o China, manejan la pobreza de todo un continente a su antojo; eso no se vende porque quizás convertir a esos niños en víctimas obligaría a señalar a sus victimarios. Las causas de la pobreza se encuentran claramente ancladas en la desastrosa descolonización y en las actuales políticas neocoloniales de los países extractores: desestabilizar, guerrear, explotar y calmar. Pero la imagen no, esa queda ausente de mancha extranjera. A pesar del lastre de nacer señalados, los niños africanos no son pobres o menas, ni siquiera viven con un rifle bajo el brazo; tampoco están condenados a morir o a emigrar; los hay dichosos, otros tristes, unos eligen su futuro, otros no. Kalir, inmigrado a los 17 años y señalado injustamente por cobardes racistas y xenófobos, me recordó ayer que hoy era su día, y que él es esperanza, e inocencia, y alegría, como los de aquí. Recordémoslo cada vez que nos muestren la estampa triste y desvalida de un chiquillo nacido en África; el futuro de los nacidos en África está por escribir, y nosotros también estamos invitados a hacerlo.

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